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6.0
1,179
Drama. Cine negro
Marco Silvestri, capitán de un carguero, recibe una llamada para que vaya inmediatamente a París. Su hermana Sandra está desesperada: su marido se ha suicidado, la empresa familiar está al borde de la quiebra y su hija ha sido internada en un centro psiquiátrico. Sandra acusa al poderoso empresario Edouard Laporte de ser el responsable de la situación. Decidido a encontrar el punto débil de este hombre para poder vengarse de él, Marco ... [+]
25 de noviembre de 2013
25 de noviembre de 2013
23 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dentro de la filmografía de Claire Denis, dos temas se imponen de forma clara: el pos colonialismo, que también ha derivado hacia la emigración de los africanos a Europa (Chocolat, White Material, Beau Travail, S'en fout al mort) y los límites de la carne (Trouble Everyday, J'ai pas sommeil), que ha derivado también hacia los vínculos que de ahí surgen (Nénette et Boni, 35 ruhms). "Les Saladus" sin duda encaja en la segunda categoría, aportándole un peculiar giro de tuerca al tema.
Y es que entre los diferentes personajes que aparecen, se observa que los afectos son algo ambiguo o directamente inexistentes. El personaje de Michael Subor está unido por el hábito al personaje de su esposa, el que interpreta Chiara Mastroianni. El personaje de Lindon escogió alejarse de una familia, a la cual, en vista de los extraños y turbios acontecimientos, se ve obligado a vengar. El personaje de la hermana de éste no está verdaderamente unida a su hija y, no obstante, ante las cosas que a ésta le suceden, siempre reacciona de forma agresiva, como si fuera lo que más le importa. Es el vínculo de la sangre, aquí mostrado como algo irracional y visceral, lo que les mueve y les empuja a actuar contra la sensatez. Una lógica, que, como en el resto de obras de Denis, no tiene inclinación a realizar guiños al gusto mayoritario. Si bien en el filme se contemplan todos los extremos de estos lazos de la sangre, desde el más luminoso (como el de Laporte hacia su hijo Joseph) hasta el más ponzoñoso (el del personaje del suicida hacia su hija, la encarnada por Lola Creton), lo que predomina es una visión oscura del conjunto, la de una sociedad conducida por principios irracionales que llevan al absurdo y al desastre. Como bien se ve en el desenlace. No podría ser de otra forma en esta directora que, gracias a un tono descarnado con el que envuelve una narración rica en acontecimientos ya de por sí retorcidos, se ha afianzado como una de las personalidades más singulares del cine europeo, especialmente contraindicada a los paladares delicados.
¿Se puede calificar de zafia provocadora a Claire Denis? Habrá quien piense que sí, pero yo creo que, de no guiarse por prejuicios pasivos, en absoluto es así. Ya he comentado que su mirada está matizada y los hechos más truculentos nada tienen de manierismo: surgen como consecuencia de un punto de vista pesimista pero honesto. Su preferencia por las elipsis bruscas y por mostrar más que por decir, sumada a nula inclinación por la complacencia, son un voto de confianza en la inteligencia del espectador pero no la hacen un plato fácil y no creo que desactiven sus hechuras de gran cine. Veo en esta película la influencia de Pasolini en esos plano fijos que rasgan como navajas o en la crudeza del montaje y la de Bresson en esos planos detalles de manos que ocasionan disparos y violentos volantazos. Y supongo que alguien que conozca a fondo la obra del marqués de Sade podrá establecer vínculos claros entre ambos. Sabe, además, conjuntar con una homogeneidad insuperable la envolvente música de Staples con las grandes imágenes de Agnés Godard.
Esas, entre otras cualidades, me hacen pensar en ella como una autora al nivel de escritores como ahora Bataille o Genet, un seguro de calidad, alguien que nada tiene que ver con los publicistas encubiertos que a veces nos presentan bajo la etiqueta de grandes directores. Pero, ay, sus personajes no son agradables. Los cabrones referenciados en el título no son precisamente simpáticos. No lo veo como algo necesario. Pretender empatía hacia personajes así puede tener consecuencias desastrosas. Y si no, que se lo pregunten a Lars von Trier.
Y es que entre los diferentes personajes que aparecen, se observa que los afectos son algo ambiguo o directamente inexistentes. El personaje de Michael Subor está unido por el hábito al personaje de su esposa, el que interpreta Chiara Mastroianni. El personaje de Lindon escogió alejarse de una familia, a la cual, en vista de los extraños y turbios acontecimientos, se ve obligado a vengar. El personaje de la hermana de éste no está verdaderamente unida a su hija y, no obstante, ante las cosas que a ésta le suceden, siempre reacciona de forma agresiva, como si fuera lo que más le importa. Es el vínculo de la sangre, aquí mostrado como algo irracional y visceral, lo que les mueve y les empuja a actuar contra la sensatez. Una lógica, que, como en el resto de obras de Denis, no tiene inclinación a realizar guiños al gusto mayoritario. Si bien en el filme se contemplan todos los extremos de estos lazos de la sangre, desde el más luminoso (como el de Laporte hacia su hijo Joseph) hasta el más ponzoñoso (el del personaje del suicida hacia su hija, la encarnada por Lola Creton), lo que predomina es una visión oscura del conjunto, la de una sociedad conducida por principios irracionales que llevan al absurdo y al desastre. Como bien se ve en el desenlace. No podría ser de otra forma en esta directora que, gracias a un tono descarnado con el que envuelve una narración rica en acontecimientos ya de por sí retorcidos, se ha afianzado como una de las personalidades más singulares del cine europeo, especialmente contraindicada a los paladares delicados.
¿Se puede calificar de zafia provocadora a Claire Denis? Habrá quien piense que sí, pero yo creo que, de no guiarse por prejuicios pasivos, en absoluto es así. Ya he comentado que su mirada está matizada y los hechos más truculentos nada tienen de manierismo: surgen como consecuencia de un punto de vista pesimista pero honesto. Su preferencia por las elipsis bruscas y por mostrar más que por decir, sumada a nula inclinación por la complacencia, son un voto de confianza en la inteligencia del espectador pero no la hacen un plato fácil y no creo que desactiven sus hechuras de gran cine. Veo en esta película la influencia de Pasolini en esos plano fijos que rasgan como navajas o en la crudeza del montaje y la de Bresson en esos planos detalles de manos que ocasionan disparos y violentos volantazos. Y supongo que alguien que conozca a fondo la obra del marqués de Sade podrá establecer vínculos claros entre ambos. Sabe, además, conjuntar con una homogeneidad insuperable la envolvente música de Staples con las grandes imágenes de Agnés Godard.
Esas, entre otras cualidades, me hacen pensar en ella como una autora al nivel de escritores como ahora Bataille o Genet, un seguro de calidad, alguien que nada tiene que ver con los publicistas encubiertos que a veces nos presentan bajo la etiqueta de grandes directores. Pero, ay, sus personajes no son agradables. Los cabrones referenciados en el título no son precisamente simpáticos. No lo veo como algo necesario. Pretender empatía hacia personajes así puede tener consecuencias desastrosas. Y si no, que se lo pregunten a Lars von Trier.