La aclamada película coreana, camino de los Oscar, ganadora en Cannes, no puede dejar indiferente a ningún espectador. Esperpéntica en su comienzo, desternillante en su nudo, delirante en su desenlace, supone una especie de crítica social que tanto afecta a la capa más baja de la sociedad como a la más privilegiada. Además de todo eso, que ya es bastante, su estética es muy sorprendente, sobre todo si el espectador no está habituado a la comedia asiática, en particular coreana, en la que las situaciones más terribles parecen ser parte de una comedia. Las dos familias, la pobre y la rica, son estereotipos, con todos los clichés y tópicos que pueden imaginarse, pero sus actuaciones, sus diálogos, sus actitudes trasciendes todo lo usual y crean un universo a veces tierno, a veces malsano y siempre lleno de dobleces. La primera parte de la película es más que memorable. El final no le va a la zaga y solo en puntuales minutos del nudo del film podemos encontrar pequeños bajones de intensidad. Con todo, una película potente y que tarda en olvidarse. Uno de los hitos de 2019.