Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Luis Guillermo Cardona:
8
Drama Tras un divorcio difícil, Lucas, un hombre de cuarenta años, ha encontrado una nueva novia, un nuevo trabajo y trata de reconstruir su relación con Marcus, su hijo adolescente. Pero algo empieza a ir mal: un detalle cualquiera, un comentario inocente y una mentira insignificante que se extiende como un virus invisible sembrando el estupor y la desconfianza en una pequeña población. (FILMAFFINITY)
18 de noviembre de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es doloroso, lamentable y vergonzoso, pero es un hecho: La gente necesita culpables para poder sentirse más liviana y para conformarse pensando en ciertos momentos: “Hay gente peor que yo”. Cuando en la calle o en la tele, alguna persona es detenida por la policía, la expresión suele ser: “Algo haría”, lo que podría significar: “El día que sea, a mi, a quien lleven preso(a), bien que sé que tengo mis culpas”. Me recuerda esto, lo que le decía el pirata de un viejo barco a su tripulación el día en que, con la mejor voluntad, llevaron a puerto a unos chicos que se metieron como polizones en su barco, y por hacer esto resultaron presos. A la pregunta “¿Por qué nos llevan presos si hemos hecho un bien?” de uno de sus marinos, el capitán responde: “No es por esto que nos llevan presos, sino por las muchas otras cosas que hicimos en el pasado”.

Lukas, es un profesor de una escuela infantil en Dinamarca, quien por un ligero comentario de una niña -una suerte de bombita de agua que, la rectora, sensacionalista y llena de veneno, convirtió en un globo aerostático-, resulta víctima del escarnio público y al borde de la locura, y hasta la niña va siendo obligada a creer que el profe le hizo lo que no le hizo (“Sí pasó y estuvo muy bien que nos lo contaras”, dirá su madre cuando la niña niega que ocurriera algo), porque los adultos –de conciencia culpable por vicio propio- no pueden creer que él, Lukas, de pronto resulte inocente.

El abuso de niños es un gravísimo problema que, con la proliferación irresponsable de la internet y de las cámaras filmadoras incluidas ya hasta en un simple celular, se ha puesto al alcance de todo el mundo con sus efectos estimuladores, incitadores y degradantes. No ha merecido la atención que viene requiriendo desde hace años, y son cada vez más y más, los niños cuyas vidas resultan seriamente afectadas por el afán de morbo y/o de negocio que anima a las personas sin escrúpulos.

Los responsables son montones, con acceso carnal violento, comprando con dinero o seduciendo a los niños con maña y con regalos. Comparto la idea de que a los pequeños hay que creerles, pero también creo que se debe tener bien claro que, algunos niños, pueden exagerar por variadas razones; pueden sentirse inducidos por la presión o el temor que surge en ellos cuando, y como, se les interroga (en “LA CAZA” esto es bien preciso); y que no se puede negar, bajo ninguna circunstancia, el derecho a la defensa que debe tener el presunto responsable, pues hemos sabido ya de numerosos casos donde las apariencias engañan… y se han cometido atroces injusticias. La escena final del filme me resulta clave, pues da lugar para que cada quien sienta lo que guarda en su propio interior.

Es relevante la película de Thomas Vinterberg, y funciona como un reloj para demostrar que, el modelo culpabilizador, rueda bien semejante a una bola de nieve, aún en las sociedades que consideramos avanzadas. ¡Cómo será en las atrasadas!

“LA CAZA” ofrece otra posible lectura que tendría que ver con la ley de karma, pero baste por ahora, decir que me resulta imprescindible como parte de la discusión para el día de luz en que, por fin los gobiernos, asuman un serio compromiso contra este terrible flagelo.
Luis Guillermo Cardona
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow