Esta es de aquellas películas que usan una enfermedad, en este caso el Alzheimer, para hablar de algo más global como la familia. Esta se personaliza en dos potentes personajes, padre e hija, en los que se sustenta una comedia que va derivando conforme avanza la trama hacia cauces más dramáticos. Oscar Martínez e Imma Cuesta están creíbles en sus papeles, trasladando al espectador los entresijos de una relación difícil, salpicada por antiguas rencillas que, inevitablemente, siguen estando presentes. Y, ejerciendo de contrapunto, el descubrimiento de la prometedora Mafalda Carbonell, sabiendo alejar a su personaje del cliché reservado para el niño en este tipo de comedias. Por otro lado, es una película que hace de la sencillez su modus operandi. María Ripoll da una lección de concisión narrativa, y demuestra que cuatro escenas bien planificadas son suficientes para encauzar una buena historia. Sin necesidad de artificios, ni de falsas poses discursivas, Ripoll encuentra la poesía en los pequeños gestos de la realidad cotidiana, de la cual extrae gotas de emotividad a la vez que se permite el guiño reivindicativo de presentarnos a una embarazada Aina Clotet.

Lo mejor: la habilidad de Ripoll para transitar entre comedia y drama.

Lo peor: el episodio de la infidelidad.