La película de Martin Provost la podríamos enmarcar en el género de los biopics de genios con personalidades atormentadas. Efectivamente la pintora Séraphine de Senlis, entraría en el género de artista cuya obra le sobrepasa, cuya fuerza creativa parece fruto de una vida interior aprisionada por hechos del pasado que podemos intuir y que desembocan trágica e irremediablemente en la locura.

Martin Provost, en justo su tercer largometraje, filma con elegancia y contención la vida de la pintora, y se apoya en el excelente trabajo interpretativo de Yolande Moreau, auténtico leit-motiv del film, la cual logra con sus gestos y miradas transmitir toda la energía y pasión contenida de la artista. En ella encontramos lo mejor de la película, así como en la estupenda réplica que le ofrece un Ulrich Tukur que hace suyo el personaje del mecenas y descubridor de la artista. Por contra, cuando la película se centra en otros pasajes derivados del nudo principal, está parece flaquear y el interés disminuye logrando solamente entorpecer lo verdaderamente importante, esto es la progresión tanto artística como social que experimentó Séraphine de Senlis.

“Seraphine” acaba siendo el retrato poco amable del artista cuya carrera se ve mermada por las circunstancias especiales en que se desenvuelve su vida personal. Una sobredosis de talento que no podrá compensar una vida llena de miseria y desafecto, y que se mostrará incapaz de superar el vacío emocional que terminará marcando su vida y su obra.

Lo mejor: sin duda, Yolande Moreau.

Lo peor: que la película pierda tanta fuerza sin ella en pantalla.