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Aventuras. Drama
Pompeya, año 79 d.C. Milo (Kit Harington), un esclavo convertido en gladiador, ve cómo a su amor, la joven Cassia (Emily Browning), la obligan a prometerse con Corvus (Kiefer Sutherland), un corrupto senador. Cuando el Vesubio entra en erupción amenazando con destruirlo todo, Milo intentará salvarla... mientras todo se derrumba. (FILMAFFINITY)
29 de septiembre de 2017
29 de septiembre de 2017
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El cine de romanos empezó a realizarse prácticamente desde los albores del séptimo arte y alcanzó su cima en la época del colosalismo italiano, durante el período mudo. A mediados del siglo pasado las cámaras de cine volvieron a visitar asiduamente la antigüedad para ofrecer a los espectadores unas historias espectaculares y grandilocuentes atestadas de miles de figurantes. Cuando las consideraciones historicistas derivaron hacia la mitología y los personajes hercúleos, los críticos franceses acuñaron el término péplum para referirse a este tipo de producciones, que acabaría englobando a todos los films “antiguos”. Como el péplum terminaría pasando a la historia, fundamentalmente porque exigía unas inversiones mastodónticas, en la actualidad este tipo de películas se integran en un género mucho más amplio que ha venido en llamarse cine épico, un término mucho más ecléctico que engloba a todos los héroes de la pantalla, procedentes de la historia, la mitología o la literatura.
El poderoso avance de la técnica digital permite recrear de manera creíble decorados inconmensurables que han permitido al espectador penetrar en la Roma de Gladiator o en la Alejandría de Ágora. Ahora, el director británico Paul W.S. Anderson, especializado en meter la cámara en los vivaces mundos de los videojuegos (ahí están las exitosas sagas de Resident Evil y Death Race para atestiguarlo) recrea el mundo romano de la emblemática ciudad de Pompeya con su particular estética, sin salirse un ápice de los parámetros visuales y narrativos, tan triviales como simplistas, establecidos por la poderosa iconografía que ha marcado su carrera cinematográfica, en simbiosis permanente con el mundo del videojuego. No en vano, su obra está dirigida a un sector muy concreto del público, que continúa en la pantalla grande las batallas virtuales de sus juegos favoritos, con los mismos héroes de cartón-piedra, perdón de bits informáticos.
La historia de esta Pompeya bebe directamente en las grandes fuentes del cine épico, incluidos los antiguos films de romanos y el péplum. Desde el mismo inicio, donde asistimos a la reproducción de Conan el Bárbaro, pasando por la sacrificada amistad del gladiador negro con el héroe de Espartaco, o la amenazadora batalla sobre la arena del circo de Gladiator, para terminar con la erupción del Vesubio y las piedras de fuego desplomándose sobre las cabezas de los aterrorizados pompeyanos intentando huir del infierno, que el cine ha mostrado, con mayor o menor realismo, en cualquiera de las muchas versiones que se han realizado de Los últimos días de Pompeya. Con todos estos mimbres, a los que se ha añadido una tópica historia de amor imposible entre dos jóvenes de diferentes clases estancas, el director ha fabricado un pastiche que, sin embargo, encandilará a su tropel de seguidores. En cualquier caso, el mayor logro de la película, como resulta previsible, está en las panorámicas cenitales que nos aproximan a la regeneración de las calles y villas de aquella populosa y bulliciosa ciudad en permanente celebración y a punto de desaparecer del mapa por un “castigo divino”.
En el apartado artístico, la pareja protagonista está interpretada por el estólido Kit Harington (procedente de la exitosa serie Juego de tronos) y la desvalida Emily Browning (con un bagaje impensable en el cine juvenil). Junto a ellos los veteranos Carrie-Anne Moss (la heroína de Matrix reconvertida en matrona romana) y Kiefer Sutherland (el malvado de la función) se esfuerzan por evitar que las cenizas de un volcán sepulten para siempre el cine de romanos; pero estamos a 24 de agosto del año 79 d.C., Tito Flavio Vespasiano acaba de ser nombrado emperador y la suerte está echada.
El poderoso avance de la técnica digital permite recrear de manera creíble decorados inconmensurables que han permitido al espectador penetrar en la Roma de Gladiator o en la Alejandría de Ágora. Ahora, el director británico Paul W.S. Anderson, especializado en meter la cámara en los vivaces mundos de los videojuegos (ahí están las exitosas sagas de Resident Evil y Death Race para atestiguarlo) recrea el mundo romano de la emblemática ciudad de Pompeya con su particular estética, sin salirse un ápice de los parámetros visuales y narrativos, tan triviales como simplistas, establecidos por la poderosa iconografía que ha marcado su carrera cinematográfica, en simbiosis permanente con el mundo del videojuego. No en vano, su obra está dirigida a un sector muy concreto del público, que continúa en la pantalla grande las batallas virtuales de sus juegos favoritos, con los mismos héroes de cartón-piedra, perdón de bits informáticos.
La historia de esta Pompeya bebe directamente en las grandes fuentes del cine épico, incluidos los antiguos films de romanos y el péplum. Desde el mismo inicio, donde asistimos a la reproducción de Conan el Bárbaro, pasando por la sacrificada amistad del gladiador negro con el héroe de Espartaco, o la amenazadora batalla sobre la arena del circo de Gladiator, para terminar con la erupción del Vesubio y las piedras de fuego desplomándose sobre las cabezas de los aterrorizados pompeyanos intentando huir del infierno, que el cine ha mostrado, con mayor o menor realismo, en cualquiera de las muchas versiones que se han realizado de Los últimos días de Pompeya. Con todos estos mimbres, a los que se ha añadido una tópica historia de amor imposible entre dos jóvenes de diferentes clases estancas, el director ha fabricado un pastiche que, sin embargo, encandilará a su tropel de seguidores. En cualquier caso, el mayor logro de la película, como resulta previsible, está en las panorámicas cenitales que nos aproximan a la regeneración de las calles y villas de aquella populosa y bulliciosa ciudad en permanente celebración y a punto de desaparecer del mapa por un “castigo divino”.
En el apartado artístico, la pareja protagonista está interpretada por el estólido Kit Harington (procedente de la exitosa serie Juego de tronos) y la desvalida Emily Browning (con un bagaje impensable en el cine juvenil). Junto a ellos los veteranos Carrie-Anne Moss (la heroína de Matrix reconvertida en matrona romana) y Kiefer Sutherland (el malvado de la función) se esfuerzan por evitar que las cenizas de un volcán sepulten para siempre el cine de romanos; pero estamos a 24 de agosto del año 79 d.C., Tito Flavio Vespasiano acaba de ser nombrado emperador y la suerte está echada.