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Voto de burrito:
10

Voto de burrito:
10
7.6
9,158
Drama
Lora Meredith (Lana Turner), una actriz viuda en paro, vive con su hija adolescente (Sandra Dee) en Nueva York. Un día, conoce por casualidad a Annie, una mujer negra (Juanita Moore) a la que contrata como sirvienta. Ese mismo día conoce también a Steve (John Gavin), un fotógrafo que se enamora de ella. (FILMAFFINITY)
9 de febrero de 2019
9 de febrero de 2019
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Despiadada crítica a la adoración del éxito, por parte del hastiado con el modo de vida de la sociedad americana Douglas Sirk, en su triunfante despedida del cine americano.
En una película como esta en la que se trata tanto el tema del mundo de las apariencias, no se pudo haber elegido una mejor protagonista que Lana Turner, paradigma de la sofisticación y del artificio, que en parte le vino impuesto tras el accidente en el que se quemara las cejas durante el rodaje de "Las aventuras de Marco Polo". El film tiene mucho de autobiográfico con respecto a esta diva, quien por esas fechas estaba atravesando una durísima situación personal, a consecuencia del asesinato de su amante a manos de su hija Cheryl, y en última instancia esto redundó en beneficio de la cinta, tanto por las excelsas cotas interpretativas alcanzadas por esta actriz durante las escenas del sepelio de Annie, como por el morbo despertado en el público, que hizo que esta producción fuera un éxito comercial sin paliativos para la Universal -del que por cierto, Lana Turner se embolsó 2 millones de dólares, tras haber firmado un contrato en el que renunciaba a un salario fijo, pero recibiría un porcentaje de los beneficios-. El resto del elenco actoral brilla igualmente, y como era habitual en este realizador germano, los actores de reparto acaban teniendo tanto o más peso -aquí se acaban llevando el gato al agua las actrices Juanita Moore y fundamentalmente Susan Kohner-, amén de la importancia que le confiere a cada uno de los personajes por más secundarios que sean (como el caso del lechero).
Partiendo de un guión folletinesco muy enriquecido en base al resto de elementos cinematográficos, se aborda como temática central la incompatibilidad de la ambición con la consecución del amor y de la felicidad.
Es ejemplar la utilización de la iluminación, herencia del expresionismo alemán, con esos juegos de luces y de sombras que reflejan a la perfección la dualidad de unos seres que se debaten entra la realidad y la fantasía.
Como lo es el uso del color, predominando los tonos pastel para las escenas hogareñas y tornándose en colores especialmente intensos durante las escenas que transcurren en los “sórdidos” lugares de trabajo de Sarah Jane.
Pero donde Douglas Sirk ya no tenía rival era en la planificación, cual perfecto arquitecto de las imágenes, destacando sobremanera la división que realiza de los espacios, separando a las mujeres blancas (Lora y Susie) de las negras (Annie y Sarah Jane) en ese componente de crítica social -son muy destacables los planos que acontecen durante la fiesta que Lora celebra en su casa-, o bien para remarcar las deficiencias afectuosas de Lora con respecto a su hija o hacia Steve -sobresaliendo aquí la salida de Lora a esa calle nevada, con el plus de melancolía que eso supone y Steve permaneciendo dentro del portal-, valiéndose para ello de dinteles de puertas, del mobiliario u otro tipo de recursos arquitectónicos. En los momentos de mayor dramatismo en la relación de Annie y Sarah Jane, este distanciamiento se potencia mediante varios planos filmados a través de enrejados, usando biombos o barandillas.
La prosperidad de Lora se traduce muy bien de manera visual mostrando un progresivo enriquecimiento del interior de su domicilio y del vestuario.
Hay varios contrapicados rodados en escaleras, que son muy eficaces a la hora de plasmar la situación de extrema tensión que están viviendo los diferentes intérpretes y otro en el que David cae rendido ante Lora inmediatamente después de haberla rechazado para el papel, quedando él en un plano inferior "de sometimiento".
La escena de la llegada de Lora a su cita con Allen Loomis en la oficina tiene una excelente planificación, gracias al sonido provocado por una puerta de vaivén, que asusta a la chica y nos pone en guardia de lo que va a venir a continuación.
La utilización magistral de los espejos contribuye más si cabe a enriquecer el contenido de los planos, y cumplen con el cometido de reflejar "el otro yo" -en el cual ambicionan convertirse- los personajes de Sarah Jane -que se ve como una mujer blanca y reniega de sus genes- y Lora -en planos en los que se imagina como una estrella del cine y del teatro y en otros, en los que ese reflejo transmite un estado de decepción, bien por darse cuenta de que en realidad no conocía a su amiga o por reconocer "el dulce sabor del éxito" al haber tenido que renunciar al amor y consentido cierto tipo de relaciones-. El personaje interpretado por Sandra Dee también tiene su reflejo en un espejo, derivado de la inocencia y mente nublada por el enamoramiento propios de su juventud. En cambio, los dos personajes con auténticos valores morales -Annie y Steve- nunca se verán reflejados en primer plano en espejos.
No es casual que la ambición se enfoque en el mundo del espectáculo, tanto en la piel de Lora como en la de Sarah Jane, ni que las catarsis de ambas se produzcan precisamente en el interior de unos camerinos -anticipando la escapatoria de un Douglas Sirk en su momento de máximo apogeo, de esa fábrica de los sueños llamada Hollywood -.
Continúa en spoiler por falta de espacio.
En una película como esta en la que se trata tanto el tema del mundo de las apariencias, no se pudo haber elegido una mejor protagonista que Lana Turner, paradigma de la sofisticación y del artificio, que en parte le vino impuesto tras el accidente en el que se quemara las cejas durante el rodaje de "Las aventuras de Marco Polo". El film tiene mucho de autobiográfico con respecto a esta diva, quien por esas fechas estaba atravesando una durísima situación personal, a consecuencia del asesinato de su amante a manos de su hija Cheryl, y en última instancia esto redundó en beneficio de la cinta, tanto por las excelsas cotas interpretativas alcanzadas por esta actriz durante las escenas del sepelio de Annie, como por el morbo despertado en el público, que hizo que esta producción fuera un éxito comercial sin paliativos para la Universal -del que por cierto, Lana Turner se embolsó 2 millones de dólares, tras haber firmado un contrato en el que renunciaba a un salario fijo, pero recibiría un porcentaje de los beneficios-. El resto del elenco actoral brilla igualmente, y como era habitual en este realizador germano, los actores de reparto acaban teniendo tanto o más peso -aquí se acaban llevando el gato al agua las actrices Juanita Moore y fundamentalmente Susan Kohner-, amén de la importancia que le confiere a cada uno de los personajes por más secundarios que sean (como el caso del lechero).
Partiendo de un guión folletinesco muy enriquecido en base al resto de elementos cinematográficos, se aborda como temática central la incompatibilidad de la ambición con la consecución del amor y de la felicidad.
Es ejemplar la utilización de la iluminación, herencia del expresionismo alemán, con esos juegos de luces y de sombras que reflejan a la perfección la dualidad de unos seres que se debaten entra la realidad y la fantasía.
Como lo es el uso del color, predominando los tonos pastel para las escenas hogareñas y tornándose en colores especialmente intensos durante las escenas que transcurren en los “sórdidos” lugares de trabajo de Sarah Jane.
Pero donde Douglas Sirk ya no tenía rival era en la planificación, cual perfecto arquitecto de las imágenes, destacando sobremanera la división que realiza de los espacios, separando a las mujeres blancas (Lora y Susie) de las negras (Annie y Sarah Jane) en ese componente de crítica social -son muy destacables los planos que acontecen durante la fiesta que Lora celebra en su casa-, o bien para remarcar las deficiencias afectuosas de Lora con respecto a su hija o hacia Steve -sobresaliendo aquí la salida de Lora a esa calle nevada, con el plus de melancolía que eso supone y Steve permaneciendo dentro del portal-, valiéndose para ello de dinteles de puertas, del mobiliario u otro tipo de recursos arquitectónicos. En los momentos de mayor dramatismo en la relación de Annie y Sarah Jane, este distanciamiento se potencia mediante varios planos filmados a través de enrejados, usando biombos o barandillas.
La prosperidad de Lora se traduce muy bien de manera visual mostrando un progresivo enriquecimiento del interior de su domicilio y del vestuario.
Hay varios contrapicados rodados en escaleras, que son muy eficaces a la hora de plasmar la situación de extrema tensión que están viviendo los diferentes intérpretes y otro en el que David cae rendido ante Lora inmediatamente después de haberla rechazado para el papel, quedando él en un plano inferior "de sometimiento".
La escena de la llegada de Lora a su cita con Allen Loomis en la oficina tiene una excelente planificación, gracias al sonido provocado por una puerta de vaivén, que asusta a la chica y nos pone en guardia de lo que va a venir a continuación.
La utilización magistral de los espejos contribuye más si cabe a enriquecer el contenido de los planos, y cumplen con el cometido de reflejar "el otro yo" -en el cual ambicionan convertirse- los personajes de Sarah Jane -que se ve como una mujer blanca y reniega de sus genes- y Lora -en planos en los que se imagina como una estrella del cine y del teatro y en otros, en los que ese reflejo transmite un estado de decepción, bien por darse cuenta de que en realidad no conocía a su amiga o por reconocer "el dulce sabor del éxito" al haber tenido que renunciar al amor y consentido cierto tipo de relaciones-. El personaje interpretado por Sandra Dee también tiene su reflejo en un espejo, derivado de la inocencia y mente nublada por el enamoramiento propios de su juventud. En cambio, los dos personajes con auténticos valores morales -Annie y Steve- nunca se verán reflejados en primer plano en espejos.
No es casual que la ambición se enfoque en el mundo del espectáculo, tanto en la piel de Lora como en la de Sarah Jane, ni que las catarsis de ambas se produzcan precisamente en el interior de unos camerinos -anticipando la escapatoria de un Douglas Sirk en su momento de máximo apogeo, de esa fábrica de los sueños llamada Hollywood -.
Continúa en spoiler por falta de espacio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El otro gran asunto de la película es el tema del racismo, haciéndose una muy ácida crítica social al mismo, partiendo de los prejuicios raciales de personas que incluso no son en absoluto sospechosas de xenofobia. Tal es el caso de Lora -que no da crédito a que Sarah Jane sea hija de Annie, o que presupone que el novio de la primera sea el chófer de unos vecinos- o Susie -al pensar que este joven sea probablemente de color-. Durante la secuencia de la tremenda paliza que le asesta Frankie a su novia, tiene lugar otro reflejo de la joven, -esta vez en el escaparate de un bar en alquiler-, lo que constituye todo un mensaje subliminal de segregación descarnada, al establecer un paralelismo entre la raza y la prostitución; pero lo más escalofriante no son las imágenes, sino el conocimiento del desencadenante real de esta violencia, que no es otro que, el haber sido este chico el último en enterarse del color de piel de la madre (otra vez imponiéndose el mundo de las apariencias).
Todo esto se magnifica aun más si cabe a tenor del color de Sarah Jane, que en principio no sería en absoluto sospechoso, pero que la sociedad no le perdonaría de conocer la verdadera sangre que corre por sus venas -a todo esto, del mismo color rojo de esas botas y de ese letrero que salen en la escena más dura, que es la de la llegada de Annie a la escuela y la fuga de su hija-.
Annie es el alma más pura, el ejemplo perfecto de lo que se conoce por amor de madre, y el director la dignifica durante la ceremonia de su funeral -estando muerta es el único momento en el que puede ser tratada como una blanca-. De ahí la preponderancia de ese color desde la misma cabecera con esos caballos tirando del cortejo fúnebre, unido a esas personas quitándose el sombrero al pasar por delante de ellas la difunta y regalándole un cántico espiritual nada menos que por parte de Mahalia Jackson, conocida como la reina del gospel. Esta secuencia completa es la culminación perfecta a un tercio final de metraje desbordante de emociones.
El final de este título, en consonancia con la raíz argumental, tiene de feliz solo la superficie, porque es evidente que, a nada que rasquemos, veremos delante de nosotros a unos fracasados que siempre acabarán dando vueltas, como la noria de Coney Island que aparecía de soslayo en la secuencia inicial.
Todo esto se magnifica aun más si cabe a tenor del color de Sarah Jane, que en principio no sería en absoluto sospechoso, pero que la sociedad no le perdonaría de conocer la verdadera sangre que corre por sus venas -a todo esto, del mismo color rojo de esas botas y de ese letrero que salen en la escena más dura, que es la de la llegada de Annie a la escuela y la fuga de su hija-.
Annie es el alma más pura, el ejemplo perfecto de lo que se conoce por amor de madre, y el director la dignifica durante la ceremonia de su funeral -estando muerta es el único momento en el que puede ser tratada como una blanca-. De ahí la preponderancia de ese color desde la misma cabecera con esos caballos tirando del cortejo fúnebre, unido a esas personas quitándose el sombrero al pasar por delante de ellas la difunta y regalándole un cántico espiritual nada menos que por parte de Mahalia Jackson, conocida como la reina del gospel. Esta secuencia completa es la culminación perfecta a un tercio final de metraje desbordante de emociones.
El final de este título, en consonancia con la raíz argumental, tiene de feliz solo la superficie, porque es evidente que, a nada que rasquemos, veremos delante de nosotros a unos fracasados que siempre acabarán dando vueltas, como la noria de Coney Island que aparecía de soslayo en la secuencia inicial.