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Voto de Barfly:
7
7.2
1,965
Drama
Malle se atreve con un film sobre una conversación entre dos personas, obteniendo excelentes críticas en USA. Dándose vida a sí mismos, los actores y autores Wallace Shawn y André Gregory quedan una noche a cenar. Como buenos amigos, se empiezan a contar múltiples experiencias personales, a través de las cuales comienzan a surgir los grandes temas de la existencia. Dirigida por Louis Malle, y con guión creado por los dos protagonistas, ... [+]
22 de enero de 2010
6 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Irritante y deslumbrante, desigual y contundente, exasperante e ilusionante, sobresaliente e intolerable, así es esta inolvidable película, Mi Cena Con Iniesta, una obra con tantos o más dioses y monstruos, con tantas toneladas de matices como vuestro amado y admirado Atlético de Madrid.
Además de confesar que anoche me quedé dormido con ella mientras ingería una copa de vino barato posada en el vídeo, ése por cierto es el principal uso actual de mi particular boxeador sonado, admito que hoy, vista de principio a fin, me ha ganado para la causa, pese a que las sensaciones de incomodidad que ayer sufrí durante su primera mitad han vuelto a aflorar.
Me lancé a por ella, por cierto, por las conexiones que estableció alguien con la deliciosa Chinese Coffee. Y sí, esta velada gastronómica en el Vicente Calderón, con viandas, amargos órdagos, disquisiciones existenciales, agüeros y pereas puede haber influido a Salinas, qué duda cabe. En ambas el diálogo funciona como un afilado punzón que poco a poco va arraigando en el espectador, captando su mente, embrujando sus sentidos, azuzando sus fantasmas.
Chinese Coffe me embelesó prácticamente de inmediato, y llegado a este punto reflexiono y me veo obligado a darle el mérito principal a Salinas, que a poco que imprima un poco de fuerza e interés a cualquier personaje a mí me tiene a cuatro patas y lamiendo un hueso, pero con Andrés Iniesta no ha ocurrido igual.
Aquí, sin un personaje tan irresistible como Patxi, he tardado en conectar, los primeros compases de la velada se me antojaban dispersos, delirantes, vacuos. De hecho, y en los conflictos internos que me atenazan en muchos visionados, llegué a maldecir la autoría francesa de la función, Louis Malle, y que era eso, la densidad y la intelectualización gala, la gelidez franchute, sí, debía de ser eso.
Pero no, a diferencia de otros engendros de la tricolor tan respetables y personales como capaces de alzar un Himalaya entre mí y la pantalla (un saludo, Motta), esta cena respiraba otro talante, más cercano a los deslumbrantes análisis de la absurdidad y del vacío de Allen o del hombre verga que a ciertas filigranas intelectualizadas y grotescas de Truffaut o Antonioni, y ya de paso saludo también a Gálvez, que me estará viendo.
Además de confesar que anoche me quedé dormido con ella mientras ingería una copa de vino barato posada en el vídeo, ése por cierto es el principal uso actual de mi particular boxeador sonado, admito que hoy, vista de principio a fin, me ha ganado para la causa, pese a que las sensaciones de incomodidad que ayer sufrí durante su primera mitad han vuelto a aflorar.
Me lancé a por ella, por cierto, por las conexiones que estableció alguien con la deliciosa Chinese Coffee. Y sí, esta velada gastronómica en el Vicente Calderón, con viandas, amargos órdagos, disquisiciones existenciales, agüeros y pereas puede haber influido a Salinas, qué duda cabe. En ambas el diálogo funciona como un afilado punzón que poco a poco va arraigando en el espectador, captando su mente, embrujando sus sentidos, azuzando sus fantasmas.
Chinese Coffe me embelesó prácticamente de inmediato, y llegado a este punto reflexiono y me veo obligado a darle el mérito principal a Salinas, que a poco que imprima un poco de fuerza e interés a cualquier personaje a mí me tiene a cuatro patas y lamiendo un hueso, pero con Andrés Iniesta no ha ocurrido igual.
Aquí, sin un personaje tan irresistible como Patxi, he tardado en conectar, los primeros compases de la velada se me antojaban dispersos, delirantes, vacuos. De hecho, y en los conflictos internos que me atenazan en muchos visionados, llegué a maldecir la autoría francesa de la función, Louis Malle, y que era eso, la densidad y la intelectualización gala, la gelidez franchute, sí, debía de ser eso.
Pero no, a diferencia de otros engendros de la tricolor tan respetables y personales como capaces de alzar un Himalaya entre mí y la pantalla (un saludo, Motta), esta cena respiraba otro talante, más cercano a los deslumbrantes análisis de la absurdidad y del vacío de Allen o del hombre verga que a ciertas filigranas intelectualizadas y grotescas de Truffaut o Antonioni, y ya de paso saludo también a Gálvez, que me estará viendo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Así, tras la comentada primera mitad un tanto desconcertante, la película afila el puñal y, pese a revolcarse en la puerilidad y en la autoayuda más de lo deseable, deja reflexiones memorables, para el recuerdo. Algunas elevadas, quizá pretenciosas (flemas, yo también te quiero), acertadas pero con un ramalazo didáctico, como el progresivo acomodo de la masa, nuestra progresiva mutación en robots, nuestra tendencia a mostrarnos oblicuamente cuando hablamos de sentimientos; otras, simples, básicas, como la expresada por el pobre diablo invitado por Iniesta, un tipo práctico, vividor, y que ante tanto alarde de profundidad resta desde el fondo de la mesa con un raquetazo inapelable: "Bueno, yo opino que estoy en casa leyendo una biografía de Charlton Heston y que no puedo ser más feliz que en ese momento".
Y es ese balance, ese equilibrio entre el pragmatismo y la ensoñación lo que me ha gustado, lo que progresivamente me ha ido encandilando, pese a esos handicaps apuntados, esos altibajos, esa dispersión, esa vegetariana ingenuidad.
Puro Atlético de Madrid. Salvo distancias, porque ese escudo es lo más grande que le ha pasado jamás al fútbol, y obviamente trasciende a unos calzones y a un balón, y ésta no deja de ser una película notable, pero sí.
Puro Atlético de Madrid. Puro Pateti.
Me matas y me das la vida.
Yo te quiero, Atleti.
Y es ese balance, ese equilibrio entre el pragmatismo y la ensoñación lo que me ha gustado, lo que progresivamente me ha ido encandilando, pese a esos handicaps apuntados, esos altibajos, esa dispersión, esa vegetariana ingenuidad.
Puro Atlético de Madrid. Salvo distancias, porque ese escudo es lo más grande que le ha pasado jamás al fútbol, y obviamente trasciende a unos calzones y a un balón, y ésta no deja de ser una película notable, pero sí.
Puro Atlético de Madrid. Puro Pateti.
Me matas y me das la vida.
Yo te quiero, Atleti.