29/06(07/02/17) Tenía puestas muchas esperanzas en este film germano de la realizadora Maren Ade, principalmente por venir avalado por un tsunami de críticas favorables que la ponían como una comedia sutil e inteligente, pero como en muchas ocasiones me encuentro un chasco tremendo, pues es una comedia sin gracia alguna, sin atisbo de la sutilidad mencionada, y que cuando entra en el drama familiar se queda en lo burdo. Pretende mucho más de lo que puede, pues ansía ser una estampa de la Europa desalmada de nuestro tiempo, donde los alemanes son máquinas empresariales que dominan el continente con mano férrea, y donde las relaciones familiares son postergadas en bien del pragmatismo, donde las relaciones de amor so triviales, en una sociedad todavía dominada por un machismo imperante. Anhela reflejar una sociedad partida, rota, hueca de contenido, donde prima la incomunicación y la soledad existencial. Pues bien, lo dicho sobre el papel promete, pues una vez filtrado por la realizadora se convierte en algo lánguido, desprovisto de alma, anulado empatía con el espectador (o sea yo), donde la redundancia se apodera del metraje, y que metraje, casi tres horas para una supuesta comedia, es no saber sintetizar, solo demuestra una inseguridad mayúscula en la directora al no saber comprimir para dar empaque y que no se vaya alargando en pos de no se sabe que mensaje edulcorado final, alargándose más que el último día de trabajo antes de las vacaciones, un despropósito de minutaje para lo poco que cuenta. Una radiografía bastante trivial de lo que se supone que es la felicidad, la insustancialidad y lo letárgico se me viene encima, con este lánguido y pesaroso relato.
Se centra en la relación del sesentón Winfried Conradi (Peter Simonischek) con su hija Ines (Sandra Hüller). Winfried es un maestro de música retirado que ve muy de vez en cuando a su primogénita, ejecutiva de una consultora internacional experta en tercerizaciones. Cuando su viejo perro Willi muere, Winfried decide visitar a su hija en Rumania. Winfried es un adicto a las bromas y a los disfraces, mientras esto hará chocar con el carácter más hierático de su hija.

La cinta se destapa como una dramedia sobre las complicadas relaciones padre-hija, sobre el choque de generaciones, sobre el diferente modo de afrontar la vida, siendo un obseso del trabajo o intentando disfrutar de ella, pues en mi modesto entender no funciona en nivel alguno, ni me río con el pesado del padre con su peluca destartalada y su dentadura postiza, un tipo jartible de los que había que mandarle a “El Tío de la Vara” para que le quite la tontería, no hay nada peor y triste que un payaso que no hace gracia, y eso es este padre. Tampoco funciona a nivel dramático en la relación paterno-filial pues es increíble que en 160 minutos (apx.) no sepamos nada de su pasado, no haya introspección psicológica alguna de ellos, son dos personajes que parecen empezar su relación en el minuto que se encuentran en la película, con lo que él único interés del film (al menos para mí) era saber si es que en el pasado les había ocurrido algo que agrietara de alguna forma su relación, pero nada de nada. Con lo que la narración discurre en medio de viñetas supuestamente entre graciosas y conmovedoras y que no me mueven a sentimiento alguno más allá de intentar escudriñar donde está la maravilla que muchos han visto en esta nadería.

Todo tan artificioso como impostado, todo tan superficial como una mesa, donde los minutos pasan sin pasar nada relevante, donde la supuesta frescura y originalidad ni están ni se le esperan, en donde los diálogos navegan entre lo cansino y lo inane, donde las situaciones se agolpan produciéndome sensaciones que van entre lo insípido, lo absurdo y la vergüenza ajena (ej, el momento onanista sobre el pastel o la fiesta nudista, de verdad esto es gracioso?). Lo del personaje infeliz absorbido por su profesión y que otro personaje alegre le enseña a disfrutar está ya muy visto, y lo peor es que aporta nada, se siente contado a trompicones. Siendo lo peor que con el paso del tiempo el tedio llega para quedarse y hacernos alejarnos de la trama, pues con semejante elenco de personajes que expresan la nada lo normal (y así es) es que me importe nada lo que les ocurra.

La supuesta inteligencia del guión de la propia realizadora de ser algo encriptado, dentro de un laberinto, dentro un código secreto indescifrable (toque de ironía), pues su argumento cabe en un sello de correos, y el modo de evolucionarlo es de pesado a cansino, derivando en el hastío, acentuado por el hecho de uno no entender tanta alabanza, con protagonistas clichés sin fondo, con secundarios penosamente delineados, donde todo huele a forzado y reiterativo, lo del running-gag de la dentadura es de juzgado de guardia, a la segunda ya me dio grima (y es que han sido tropecientas), con lo que Toni Erdmann no da buen rollo, sino patetismo, y es que la cota de comedia fluctúa entre lo grotesco, la sal gorda y lo pueril.

Su buenista mensaje resulta de una infantil visión que da sonrojo, pues nos viene a decir que lo importante no es tener trabajo, que lo básico es hacer el payaso, que si te despiden no pasa nada mientras mantengas el buen humor, lo de pagar tu vivienda, la comida la ropa, la crianza de tus retoños, eso son menudencias (ataque de ironía). Claro que esta filosofía de vida es fácil para el jubilado del padre, sobre todo con las pensiones alemanas.