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Ciencia ficción. Aventuras. Bélico. Acción. Fantástico. Romance
Año 2154. Jake Sully (Sam Worthington), un ex-marine condenado a vivir en una silla de ruedas, sigue siendo, a pesar de ello, un auténtico guerrero. Precisamente por ello ha sido designado para ir a Pandora, donde algunas empresas están extrayendo un mineral extraño que podría resolver la crisis energética de la Tierra. Para contrarrestar la toxicidad de la atmósfera de Pandora, se ha creado el programa Avatar, gracias al cual los seres ... [+]
13 de septiembre de 2010
13 de septiembre de 2010
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En plena crisis medioambiental, Avatar podría representar una ingeniosa, oportuna y potentísima made in Hollywood reivindicación del valor del entorno natural. Pero no lo es.
La película muestra, aprovechando la enorme actualidad de lo virtual, una no menos atractiva vinculación del ser humano con la naturaleza a través de cierta sociedad "primaria" o "tribal" que vive en gran armonía con su entorno. Sociedad que simbolizaría un momento de nuestra propia historia; aquello que fuimos o pudimos ser pero que, al abandonarlo, nos condujo irremediablemente a la depravación actual (y futura). Este sería a mi entender el mensaje de la peli, unido al de que es posible (y necesario) recuperar esa conciliación primordial con la naturaleza.
Hasta aquí todo aparentemente muy bien. Pero para mi gusto hay dos puntos engañosos.
El primero es la forma que toma "el malo de la película". Está encarnado por un militar descerebrado e hipermusculado y por los oscuros intereses económicos de una multinacional sin escrúpulos. El problema es que ésto nos permite como espectadores desvincularnos de las causas del drama medioambiental actual. Podemos llegar a pensar que son ajenas a nosotros, cuando en realidad vienen de la suma de todas las actitudes glotonas que, individuo a individuo, tomamos cada día, desde el doble bollo de chocolate al viaje exótico al Caribe. Digamos que estos personajes, si se puede sacar algo de realidad de ellos, son como la punta del iceberg de algo que no se explora ni mínimamente.
En segundo lugar está el ensalzamiento del vínculo con la naturaleza. Respecto a este vínculo, que por descontado existe (somos seres vivos) creo que es importante añadir una idea que lo matiza y que lo aleja de esa supuesta armonía que nos presenta la peli. Por decirlo mal y pronto, esta matización consiste en que, en su evolución, el ser humano no se apartó de la naturaleza, sino que fue ésta quien le echó. Entre las dos cosas hay una diferencia importante.
Sin embargo, y como suele ser habitual en estos casos, la sociedad primaria que muestra de forma bucólica Avatar está arraigada a la naturaleza a través de una deidad superior de ese mismo carácter. Creo que aquí es donde hay que llevar cuidado. El profundo respeto que debe sentirse por la naturaleza no puede hacer olvidar esa expulsión (más bien escisión) que dio lugar a nuestra condición, a ese plano propio de lo humano. Nuestra doble dimensión hace recurrente pero también inestable cualquier intento de sociedad basada en la premisa de una deidad, que al fin y al cabo no muestra sino nuestra dificultad para aceptar esa exclusión y, por lo tanto, el camino propio.
La película muestra, aprovechando la enorme actualidad de lo virtual, una no menos atractiva vinculación del ser humano con la naturaleza a través de cierta sociedad "primaria" o "tribal" que vive en gran armonía con su entorno. Sociedad que simbolizaría un momento de nuestra propia historia; aquello que fuimos o pudimos ser pero que, al abandonarlo, nos condujo irremediablemente a la depravación actual (y futura). Este sería a mi entender el mensaje de la peli, unido al de que es posible (y necesario) recuperar esa conciliación primordial con la naturaleza.
Hasta aquí todo aparentemente muy bien. Pero para mi gusto hay dos puntos engañosos.
El primero es la forma que toma "el malo de la película". Está encarnado por un militar descerebrado e hipermusculado y por los oscuros intereses económicos de una multinacional sin escrúpulos. El problema es que ésto nos permite como espectadores desvincularnos de las causas del drama medioambiental actual. Podemos llegar a pensar que son ajenas a nosotros, cuando en realidad vienen de la suma de todas las actitudes glotonas que, individuo a individuo, tomamos cada día, desde el doble bollo de chocolate al viaje exótico al Caribe. Digamos que estos personajes, si se puede sacar algo de realidad de ellos, son como la punta del iceberg de algo que no se explora ni mínimamente.
En segundo lugar está el ensalzamiento del vínculo con la naturaleza. Respecto a este vínculo, que por descontado existe (somos seres vivos) creo que es importante añadir una idea que lo matiza y que lo aleja de esa supuesta armonía que nos presenta la peli. Por decirlo mal y pronto, esta matización consiste en que, en su evolución, el ser humano no se apartó de la naturaleza, sino que fue ésta quien le echó. Entre las dos cosas hay una diferencia importante.
Sin embargo, y como suele ser habitual en estos casos, la sociedad primaria que muestra de forma bucólica Avatar está arraigada a la naturaleza a través de una deidad superior de ese mismo carácter. Creo que aquí es donde hay que llevar cuidado. El profundo respeto que debe sentirse por la naturaleza no puede hacer olvidar esa expulsión (más bien escisión) que dio lugar a nuestra condición, a ese plano propio de lo humano. Nuestra doble dimensión hace recurrente pero también inestable cualquier intento de sociedad basada en la premisa de una deidad, que al fin y al cabo no muestra sino nuestra dificultad para aceptar esa exclusión y, por lo tanto, el camino propio.