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Voto de GVD:
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7
8.0
8,570
9 de julio de 2008
9 de julio de 2008
69 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre ruinas de edificios hay un niño con la mirada perdida vagabundeando. Es una imagen desoladora y terrible, de una simpleza contundente y una complejidad aplastante.
Rossellini primero la pule, la despoja de todo artificio que no sea el estrictamente necesario para conservar su esencia trágica, que es lo único que interesa a Rossellini.
Después le da forma con actores no profesionales e intentando proporcionarle una historia con argumento, nudo y desenlace, pero la imagen no se amolda a una estructura convencional y no logra mantener un ritmo adecuado a ésta, siendo la desolación la única que pone las condiciones de aparecer o no cuando le venga en gana.
Y por último, la afila con el eco de la voz del hombre que convirtió los edificios en ruinas, resonando en éstas ahora; con hombres que cuando envejecen dejan de ser hombres y se convierten en despojos; pero, sobre todo, la afila mostrándonos que las ruinas no son más que la representación de lo que hay en el interior de ese niño: destrucción y caos.
Una vez terminada, Rossellini tiene en sus manos una piedra puntiaguda que nos arroja con una fuerza arrolladora. El que no sangre tiene horchata en las venas.
Rossellini primero la pule, la despoja de todo artificio que no sea el estrictamente necesario para conservar su esencia trágica, que es lo único que interesa a Rossellini.
Después le da forma con actores no profesionales e intentando proporcionarle una historia con argumento, nudo y desenlace, pero la imagen no se amolda a una estructura convencional y no logra mantener un ritmo adecuado a ésta, siendo la desolación la única que pone las condiciones de aparecer o no cuando le venga en gana.
Y por último, la afila con el eco de la voz del hombre que convirtió los edificios en ruinas, resonando en éstas ahora; con hombres que cuando envejecen dejan de ser hombres y se convierten en despojos; pero, sobre todo, la afila mostrándonos que las ruinas no son más que la representación de lo que hay en el interior de ese niño: destrucción y caos.
Una vez terminada, Rossellini tiene en sus manos una piedra puntiaguda que nos arroja con una fuerza arrolladora. El que no sangre tiene horchata en las venas.