Añadir a mi grupo de amigos/usuarios favoritos
Puedes añadirle por nombre de usuario o por email (si él/ella ha accedido a ser encontrado por correo)
También puedes añadir usuarios favoritos desde su perfil o desde sus críticas
Nombre de grupo
Crear nuevo grupo
Crear nuevo grupo
Modificar información del grupo
Aviso
Aviso
Aviso
Aviso
El siguiente(s) usuario(s):
Group actions
You must be a loged user to know your affinity with Lukas
- Recomendaciones
- Estadísticas
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Lukas:
6
Voto de Lukas:
6
6.7
5,837
Drama
El largo viaje de la vida de Parthenope, desde su nacimiento en 1950 hasta hoy. Una epopeya femenina desprovista de heroísmo pero rebosante de una pasión inexorable por la libertad, Nápoles y los rostros del amor, todos esos amores verdaderos, inútiles e indecibles. El perfecto verano de Capri, el desenfado de la juventud, que acaba en emboscada. Y luego todos los demás: los napolitanos, hombres y mujeres, observados y amados, ... [+]
11 de enero de 2025
11 de enero de 2025
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En cartelera, dos películas italianas que están un poco al margen, pero que en realidad parece que van a ser muy populares, en breve: Parthenope, de Paolo Sorrentino, y Queer, de Luca Guadagnino. Después de varios días pensándomelo, al final me decido por la primera, ya que de la segunda he leído malas críticas aquí, en FilmAffinity. Y como ya he visto dos pelis anteriores de Sorrentino (La Gran Belleza, en pantalla grande; y Fue la mano de Dios, en Netflix), y me gustaron mucho, pues al final me decido por la primera.
En el cine, por suerte una sala grande, de las de antes, poco público: cuatro gatos, a media tarde. Pero mejor. Ya se va haciendo raro, estar en la sala oscura, con todo el patio de butacas para disfrutar. Es curioso, llegar a estas alturas del tiempo vital, e ir descubriendo que todo lo que era bueno y “normal”, va desapareciendo. Los periódicos en papel, las cintas de cassette, las cintas VHS, los DVD, los CD, y también el cine en las salas. Y la belleza, la juventud, “que todo lo bueno sea plateado”, que decía la canción de Marina Rossell. Y de eso va esta película luminosa, con el azul intenso del Mediterráneo como protagonista. La gente, la crítica, ha dicho que la protagonista es Nápoles, pero aquí lo que retrata Sorrentino es una ciudad en azul, es el mar, con mayúsculas. Un palacio barroco en decadencia, sobre el mar, y unas cuantas calles, y nada más. Quien vaya buscando más rincones napolitanos, que se despida. La película va sobre la breve juventud, y sobre la Belleza. Aunque la protagonista, que da nombre a la cinta, va cumpliendo años, al director sólo le interesa su imagen de sirena resplandeciente, un bello objeto de deseo, que se pasea por pasillos y calles y barcos y demás paisajes marítimos, como una modelo de Saint Laurent o Versace, ajena a todo lo que sea fealdad o decadencia. “Tal vez fue hermoso ser joven. Pero eso duró poco…”
Asisto al despliegue de esta vida, dejándome llevar, como el que navega sobre las olas en un día pleno de verano, pero al final me canso, y hasta me mareo, con tanta postalita, tanta cámara lenta, y tanta Celeste Dalla Porta. Que, vamos a decirlo claro, tampoco es que sea una belleza deslumbrante, como han recalcado todos los críticos. Está claro que Sorrentino, y la directora de fotografía (que hace un trabajo brillante), se han enamorado de una joven actriz, en su primera película, y han sacado de ella todo su esplendor de mujer de 27 años. Quién los tuviera, ahora. Así, no es raro que John Cheever (Gary Oldman, genial en su breve pero sustancioso papel) le diga lo que le dice, alejándose por la calle a oscuras, en su decadencia de hombre arruinado por el alcohol. Ella sigue a la búsqueda de la antropología, pero su papel de mujer a contracorriente, que tiene siempre una respuesta para todo (es una chula, como todas las guapas que la van de sirenas), no es muy creíble. En ningún momento me creo que llegue a profesora, ni que antes sea una alumna brillante, ni que sea diferente al resto. Y me fastidia mucho que esté siempre con el cigarro en la mano, en la boca. En tiempos de no tabaco, qué gusto tienen los cineastas por poner a fumar a sus heroínas. ¿Será el tabaco, y el tabaquismo, un invento del cine?
Al final, queda una sucesión de estampas, muy bonitas, pero muy cargantes. Como leo a un crítico, en Caimán—Cuadernos de cine: “Una indigestión de ego, en definitiva”.
Sorrentino, en su papel de sucesor posmoderno de Fellini, juega con los clichés sobre su querida ciudad, y nos muestra a una serie de personajes estrafalarios, con los que es imposible comulgar: Greta Cool, el mafioso de turno, el obispo durante el milagro de la licuefacción de la sangre de San Genaro, el monstruo escondido… No digo que no sean imágenes importantes, que nos sorprenden y nos dejan a veces con la boca abierta. Pero no hacen más que llamar nuestra atención, si es que no hemos sucumbido al sueño. Porque, si alguien se espera una narración convencional, una especie de historia, va listo. Aquí lo único que hay es un despliegue de imágenes, a veces una sucesión de spots de gran calado, con el azul como protagonista, con el rojo como contrapunto, y cigarro va y viene. Es verdad que hay personajes que nos enganchan momentáneamente, como el hermano Raimondo, o el profesor Marotta (muy bien interpretado por Silvio Orlando). Pero todo eso, esas breves secuencias, esas imágenes brillantes —Raimondo colgado en la barandilla, Parthenope con los dos hombres, las fiestas en Capri, la secuencia surrealista en la catedral de Nápoles— no bastan para salvar una película, que no es más que la exaltación del narcisismo exacerbado de su director, ese manierismo fatal del nuevo siglo. Al final, lo que nos queda es una honda melancolía, esa unión de belleza sui generis de CDP-Parthenope con la banda sonora maravillosa que acompaña las imágenes: Riccardo Cocciante, Gino Paoli, Marino Marini, Frank Sinatra…
En el cine, por suerte una sala grande, de las de antes, poco público: cuatro gatos, a media tarde. Pero mejor. Ya se va haciendo raro, estar en la sala oscura, con todo el patio de butacas para disfrutar. Es curioso, llegar a estas alturas del tiempo vital, e ir descubriendo que todo lo que era bueno y “normal”, va desapareciendo. Los periódicos en papel, las cintas de cassette, las cintas VHS, los DVD, los CD, y también el cine en las salas. Y la belleza, la juventud, “que todo lo bueno sea plateado”, que decía la canción de Marina Rossell. Y de eso va esta película luminosa, con el azul intenso del Mediterráneo como protagonista. La gente, la crítica, ha dicho que la protagonista es Nápoles, pero aquí lo que retrata Sorrentino es una ciudad en azul, es el mar, con mayúsculas. Un palacio barroco en decadencia, sobre el mar, y unas cuantas calles, y nada más. Quien vaya buscando más rincones napolitanos, que se despida. La película va sobre la breve juventud, y sobre la Belleza. Aunque la protagonista, que da nombre a la cinta, va cumpliendo años, al director sólo le interesa su imagen de sirena resplandeciente, un bello objeto de deseo, que se pasea por pasillos y calles y barcos y demás paisajes marítimos, como una modelo de Saint Laurent o Versace, ajena a todo lo que sea fealdad o decadencia. “Tal vez fue hermoso ser joven. Pero eso duró poco…”
Asisto al despliegue de esta vida, dejándome llevar, como el que navega sobre las olas en un día pleno de verano, pero al final me canso, y hasta me mareo, con tanta postalita, tanta cámara lenta, y tanta Celeste Dalla Porta. Que, vamos a decirlo claro, tampoco es que sea una belleza deslumbrante, como han recalcado todos los críticos. Está claro que Sorrentino, y la directora de fotografía (que hace un trabajo brillante), se han enamorado de una joven actriz, en su primera película, y han sacado de ella todo su esplendor de mujer de 27 años. Quién los tuviera, ahora. Así, no es raro que John Cheever (Gary Oldman, genial en su breve pero sustancioso papel) le diga lo que le dice, alejándose por la calle a oscuras, en su decadencia de hombre arruinado por el alcohol. Ella sigue a la búsqueda de la antropología, pero su papel de mujer a contracorriente, que tiene siempre una respuesta para todo (es una chula, como todas las guapas que la van de sirenas), no es muy creíble. En ningún momento me creo que llegue a profesora, ni que antes sea una alumna brillante, ni que sea diferente al resto. Y me fastidia mucho que esté siempre con el cigarro en la mano, en la boca. En tiempos de no tabaco, qué gusto tienen los cineastas por poner a fumar a sus heroínas. ¿Será el tabaco, y el tabaquismo, un invento del cine?
Al final, queda una sucesión de estampas, muy bonitas, pero muy cargantes. Como leo a un crítico, en Caimán—Cuadernos de cine: “Una indigestión de ego, en definitiva”.
Sorrentino, en su papel de sucesor posmoderno de Fellini, juega con los clichés sobre su querida ciudad, y nos muestra a una serie de personajes estrafalarios, con los que es imposible comulgar: Greta Cool, el mafioso de turno, el obispo durante el milagro de la licuefacción de la sangre de San Genaro, el monstruo escondido… No digo que no sean imágenes importantes, que nos sorprenden y nos dejan a veces con la boca abierta. Pero no hacen más que llamar nuestra atención, si es que no hemos sucumbido al sueño. Porque, si alguien se espera una narración convencional, una especie de historia, va listo. Aquí lo único que hay es un despliegue de imágenes, a veces una sucesión de spots de gran calado, con el azul como protagonista, con el rojo como contrapunto, y cigarro va y viene. Es verdad que hay personajes que nos enganchan momentáneamente, como el hermano Raimondo, o el profesor Marotta (muy bien interpretado por Silvio Orlando). Pero todo eso, esas breves secuencias, esas imágenes brillantes —Raimondo colgado en la barandilla, Parthenope con los dos hombres, las fiestas en Capri, la secuencia surrealista en la catedral de Nápoles— no bastan para salvar una película, que no es más que la exaltación del narcisismo exacerbado de su director, ese manierismo fatal del nuevo siglo. Al final, lo que nos queda es una honda melancolía, esa unión de belleza sui generis de CDP-Parthenope con la banda sonora maravillosa que acompaña las imágenes: Riccardo Cocciante, Gino Paoli, Marino Marini, Frank Sinatra…