La vida romántica de una heredera, y sus azares.
La concepción que tiene de ella su padre, su interesado pretendiente y su tía, que la conducen a buscar su propio yo, su verdadera personalidad, escondida y acomplejada durante años.
Henry James y su portentoso retrato de Catherine Sloper.

Catherine Sloper ha sido interpretada en varias ocasiones pero nunca por nadie como por Olivia de Havilland, en la que es una de las películas más brillantes que he visto jamás. Una de las mejores interpretaciones.
Sin punto de comparación cinematográficamente hablando con su hermana Joan Fontaine, Olivia se erigió como ganadora del Óscar a la mejor actriz por este gran papel, que rezuma una evolución de un personaje plano hacia su verdadera esencia, con un feminismo y autodeterminación innatas, plagado de sufrimiento, de decepción, de dolor, hasta lograr su triunfo final.
Que buen cine, que grandes interpretaciones, que nula necesidad de tecnología para producir efectos y así engañar a los sentidos del espectador para tenernos dormidos pensando que la basura tecnológica que nos ofrecen es verdadero cine, verdadero arte como ahora.
Grandes interpretaciones, tanto por parte de esta heredera incomprendida por sí misma como por su padre incomparablemente interpretado por Albert Finney, como por un Montgomery Clift sinvergüenza, oportunista y sincero a destiempo que querrá robarle no solo su dinero sino también su alma.

Diferente a su Melitta, Olivia de Havilland realmente llegó al cielo con esta interpretación, sufrida, externamente prefijada con un vestuario impecable, la luminosidad de su rostro así como las luces usadas en un blanco y negro tan glorioso que ciega la vista.
Que gran película, que grandeza dramática, que gran historia personal, moraleja y triunfo final.