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Voto de AGF:
6
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6
8.3
84,403
Comedia
Época de la Ley Seca (1920-1933). Joe y Jerry son dos músicos del montón que se ven obligados a huir después de ser testigos de un ajuste de cuentas entre dos bandas rivales. Como no encuentran trabajo y la mafia los persigue, deciden vestirse de mujeres y tocar en una orquesta femenina. Joe (Curtis) para conquistar a Sugar Kane (Monroe), la cantante del grupo, finge ser un magnate impotente; mientras tanto, Jerry (Lemmon) es cortejado ... [+]
20 de febrero de 2010
20 de febrero de 2010
31 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los primeros minutos de Con faldas y a lo loco son un presagio de que esta presunta obra maestra imperecedera no es tal. El resto de la película, es una confirmación de ello.
Habiendo visto, además de esta, dos películas de Billy Wilder, me extraña que ninguna de ellas, siendo tan buenas como son, supere en fama y reconocimiento del público a esta película simple, desprovista de calado, banal y, a veces, estúpida.
Marilyn, Marilyn… qué guapa eras. Qué sexy. Qué agradables de ver son las transparencias de tu negro camisón, pijama, o lo que sea (menuda exposición de patas femeninas la del tren). Qué piernas más bonitas tienes. Pero qué sinvergüenzas fueron aquellos que ridiculizaron (involuntariamente, supongo, tratando de explotarla más de lo debido) tu belleza convirtiendo tus pechos en voluminosos conos metidos en imposibles vestidos. Obligándote a menear tu tetamen de derecha a izquierda y viceversa con irrisorio énfasis. Menuda pena.
A parte de la dama, no hay mucho que comentar, puesto que la película se basa en ella. Una técnica correcta pero sin alardes de genialidad, lo cual es una pena. Gags en su mayoría facilones, del estilo “soy un chico pero me confundo y actúo como un chico, jaja, qué tonto, AY, digo tonta”. No obstante, el dúo cómico de travestidos funciona bastante bien, y el enredo da lugar a algunas gracietas que sí son graciosas, engarzadas con habilidad en unos diálogos a ratos buenos; y a un entretenimiento medianamente llevadero con sus puntos álgidos.
Pero también da lugar a momentos francamente infumables, a manipulaciones prescindibles de los personajes (Marilyn hace de una buscaricachones, interesada y experta en explotar sus encantos femeninos en beneficio propio, es decir, de una zorrilla –un poco disimulada, pero lo es- que al final, de repente, se vuelve tan buena y sincera como otro personaje que hasta ese momento en que el amor verdadero lo invade actúa sólo pensando en él, jodiendo a su amigo, guiado por sus impulsos sexuales, para que puedan besarse y dejar un final feliz, bonito, made in Hollywood. Pues no, son los dos unos cabrones.), a gracietas tontas que poca gracia tienen, y a demás cosas demasiado absurdas, pueriles y evidentes (el diálogo final, por ejemplo) que desmienten a este filme como obra maestra, clásico, o lo que sea que no es.
Habiendo visto, además de esta, dos películas de Billy Wilder, me extraña que ninguna de ellas, siendo tan buenas como son, supere en fama y reconocimiento del público a esta película simple, desprovista de calado, banal y, a veces, estúpida.
Marilyn, Marilyn… qué guapa eras. Qué sexy. Qué agradables de ver son las transparencias de tu negro camisón, pijama, o lo que sea (menuda exposición de patas femeninas la del tren). Qué piernas más bonitas tienes. Pero qué sinvergüenzas fueron aquellos que ridiculizaron (involuntariamente, supongo, tratando de explotarla más de lo debido) tu belleza convirtiendo tus pechos en voluminosos conos metidos en imposibles vestidos. Obligándote a menear tu tetamen de derecha a izquierda y viceversa con irrisorio énfasis. Menuda pena.
A parte de la dama, no hay mucho que comentar, puesto que la película se basa en ella. Una técnica correcta pero sin alardes de genialidad, lo cual es una pena. Gags en su mayoría facilones, del estilo “soy un chico pero me confundo y actúo como un chico, jaja, qué tonto, AY, digo tonta”. No obstante, el dúo cómico de travestidos funciona bastante bien, y el enredo da lugar a algunas gracietas que sí son graciosas, engarzadas con habilidad en unos diálogos a ratos buenos; y a un entretenimiento medianamente llevadero con sus puntos álgidos.
Pero también da lugar a momentos francamente infumables, a manipulaciones prescindibles de los personajes (Marilyn hace de una buscaricachones, interesada y experta en explotar sus encantos femeninos en beneficio propio, es decir, de una zorrilla –un poco disimulada, pero lo es- que al final, de repente, se vuelve tan buena y sincera como otro personaje que hasta ese momento en que el amor verdadero lo invade actúa sólo pensando en él, jodiendo a su amigo, guiado por sus impulsos sexuales, para que puedan besarse y dejar un final feliz, bonito, made in Hollywood. Pues no, son los dos unos cabrones.), a gracietas tontas que poca gracia tienen, y a demás cosas demasiado absurdas, pueriles y evidentes (el diálogo final, por ejemplo) que desmienten a este filme como obra maestra, clásico, o lo que sea que no es.