El grano, el tono, el color, el ancho de cámara, la construcción de los planos, los zoom, los barridos, la música de banda, el montaje, el ritmo narrativo... Todo, absolutamente todo rezuma aroma a cine de los setenta. Este filme crepuscular no es sólo un homenaje a uno de los más grandes actores de todos los tiempos, sino un homenaje a un tipo de cine, a una época y a un estilo. Robert Redford haga lo que haga siempre resulta elegante y caballeroso. Pertenece a esa generación de actores que construyen historias con solo un gesto o una palabra.  Para colmo, en un derroche de encanto y romanticismo, la no menos grande Sissi Spacek sale al encuentro de Redford. No hay altas pretensiones en esta cinta, ni tampoco la búsqueda del culto. Simplemente se reduce a la entrega de una historia sencilla, simpática y agridulce que rinde un incuestionable tributo tan elocuente como confortable para el espectador, dejando un perfume reflexivo y lleno de carisma. No vais a ver una personalidad actual en esta película, sino más bien un estilo muy personal de hacer cine, y eso, amigos, es arte.