Un día después de asistir al esperadísimo final de la segunda temporada de la serie Sin tetas no hay paraíso, me veo ante la irresistible e irrefrenable necesidad de reivindicar el valor de esta serie. Más allá de que los valores que transmite sean en muchos casos nefastos, es innegable que esta serie ha tenido un impacto profundo sobre los televidentes. En contra de lo que algunos puedan pensar, las tramas han sido bastante coherentes teniendo en cuenta el tipo de historia que se nos está contando: las idas y venidas de una pareja de enamorados inmersos en un mundo de crímenes, estorsiones, lujo, tráfico de drogas, prostitución, mentiras...

Con un cierto aire a culebrón (está basado en uno colombiano, y a su vez en un libro), me gustaría destacar lo bien perfilados que están los personajes, por ejemplo el inspector Diego Torres (Armando del Río), Jessica Del Río (María Castro), la madre de Catalina (Cuca Escribano) o El gitano (Manolo Caro). Considero que en líneas generales el reparto cumple a la perfección, la banda sonora es destacable y las escenas de amor y acción estan bastante bien rodadas teniendo en cuenta el tipo de producción al que nos enfrentamos.

Además nos queda la aportación de esta serie al imaginario de personajes televisivos que alberga nuestra cultura popular: El Duque. Archiconocido a través de publicaciones en prensa escrita e ídolo para quinceañeras, podemos decir que es un icono sexual de nuestro tiempo. Todavía nos tiene que explicar Miguel Ángel Silvestre el por qué de la voz ronca del personaje...

Con el sabor en la boca del último capítulo (genial en mi opinión), me atrevo a decir que Sin tetas no hay paraíso ha sido una de las series más reseñables en la historia de la televisión en España (lo que quizá no sea decir mucho, dado el bajo nivel general...). Con el paso de los años todos recordaremos a Cata y El Duque.