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Voto de Inaki Lancelot:
7
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7
5.4
1,474
Drama
Un accidente marca y distancia a una madre (Jennifer Connelly) y a un hijo (Cillian Murphy). Ella llega a ser una famosa artista; él, un peculiar cetrero que vive marcado por una doble ausencia. Una joven periodista (Mélanie Laurent) propicia un encuentro entre ambos, que los lleva a plantearse la posibilidad de entender el sentido de la vida y del arte a pesar de las incertidumbres. (FILMAFFINITY)
20 de enero de 2015
20 de enero de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una nube de nieve en polvo alza el vuelo azotada por un viento gélido que se cala en los huesos del espectador, transportándolo inmediatamente al lugar de los hechos.
La primera imagen de la tercera película de Claudia Llosa, «No corras, vuela» estalla en un blanco intensamente embriagador que arrebata el pensamiento y sitúa la acción.
Seguirán ciento doce minutos de inmersión en un Canadá extremo a cuyo término regresará uno a su hábitat como después de una larga estancia en tierras lejanas. La visión de lo antes habitual causará ahora extrañeza. Al percibir la lluvia a la salida de la sala, en mi caso, afirmé irreflexivamente “claro, el deshielo”.
La realizadora peruana ha contado para su tercera película con un gran nivel de medios técnicos y el resultado, literalmente, resplandece. A través de una fotografía bellísima y de las actuaciones de intérpretes estadounidenses que encabeza Jennifer Connelly y alcanzan la cima con el impresionante trabajo de Cillian Murphy.
Un film rodado en inglés y trufado de francés de Québec. Rodado en Silkirk, donde las ondas nevadas sobre el helado lago de Winnipeg, en la provincia de Manitoba. Y que contiene una escena intensísima en la que una infancia finaliza abruptamente mientras contemplamos el vuelo de un halcón.
En el corazón de este intenso drama de argumento primorosamente trenzado, subyace el conflicto entre el compromiso público, el afán de aportar al bien común desde una posición protagonista y la atención al entorno familiar, más sencilla de atender desde una vida anónima.
Cuando cada personaje arrastra su propia tragedia, emergen las cicatrices afectivas que los acompañan para siempre y la impronta negativa grabada a fuego por un hecho aciago, no siempre superable.
Finalmente, Llosa aborda la búsqueda de la curación cuando la ciencia no alcanza a darla. Sugiere el valor sanador del proceso creativo, la catarsis artística, y desde la propia fragilidad, evita el conflicto con la naturaleza. La salida, parece decir, no es el llanto, sino el viento que acompaña en su vuelo a quienes permanecieron varados.
La primera imagen de la tercera película de Claudia Llosa, «No corras, vuela» estalla en un blanco intensamente embriagador que arrebata el pensamiento y sitúa la acción.
Seguirán ciento doce minutos de inmersión en un Canadá extremo a cuyo término regresará uno a su hábitat como después de una larga estancia en tierras lejanas. La visión de lo antes habitual causará ahora extrañeza. Al percibir la lluvia a la salida de la sala, en mi caso, afirmé irreflexivamente “claro, el deshielo”.
La realizadora peruana ha contado para su tercera película con un gran nivel de medios técnicos y el resultado, literalmente, resplandece. A través de una fotografía bellísima y de las actuaciones de intérpretes estadounidenses que encabeza Jennifer Connelly y alcanzan la cima con el impresionante trabajo de Cillian Murphy.
Un film rodado en inglés y trufado de francés de Québec. Rodado en Silkirk, donde las ondas nevadas sobre el helado lago de Winnipeg, en la provincia de Manitoba. Y que contiene una escena intensísima en la que una infancia finaliza abruptamente mientras contemplamos el vuelo de un halcón.
En el corazón de este intenso drama de argumento primorosamente trenzado, subyace el conflicto entre el compromiso público, el afán de aportar al bien común desde una posición protagonista y la atención al entorno familiar, más sencilla de atender desde una vida anónima.
Cuando cada personaje arrastra su propia tragedia, emergen las cicatrices afectivas que los acompañan para siempre y la impronta negativa grabada a fuego por un hecho aciago, no siempre superable.
Finalmente, Llosa aborda la búsqueda de la curación cuando la ciencia no alcanza a darla. Sugiere el valor sanador del proceso creativo, la catarsis artística, y desde la propia fragilidad, evita el conflicto con la naturaleza. La salida, parece decir, no es el llanto, sino el viento que acompaña en su vuelo a quienes permanecieron varados.