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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Cine negro. Thriller. Intriga La vida de Al Roberts, un pianista de Nueva York, se convierte en una pesadilla cuando decide hacer auto-stop para buscar a su novia que vive en Los Ángeles. Lo que Roberts no puede imaginar, es que su periplo se verá envuelto en una serie de problemáticos acontecimientos que acabarán arrastrándolo a una situación límite. (FILMAFFINITY)
24 de noviembre de 2009
31 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un nombre propio revolotea en mi cabeza mientras veo esta peli y ahí sigue, el muy plasta, bastantes horas después de ver esta opresiva y absorbente historia con ribetes oníricos e irreales acerca de Al Roberts (Tom Neal), ese pianista de un night-club de poca monta con mucho talento y pocas oportunidades de demostrarlo, que, asqueado de prostituir su arte a cambio de unos miserables dólares (“pedazos de papel infestados de bacterias”), decide cruzar el país en autostop, desde Nueva York a Hollywood, para reunirse con su novia Sue (Claudia Drake), cantante y aspirante a actriz, que se ha dado de morros con el sueño americano y está trabajando de camarera en vez de cantando o actuando sobre un escenario. Todo cuanto quiere es casarse con su chica y formar con ella “un matrimonio normal y sano”. Sólo eso, nada más que eso.

La escena de la despedida de la pareja, envuelta en la niebla del río Hudson, anticipa, sin embargo, el aire anormal e insano que tendrá la peli a partir del momento en el que nuestro protagonista pone los pies en el asfalto, se sube al coche equivocado y, muy especialmente, cuando se cruza en su camino una desequilibrada autostopista llamada Vera (Ann Savage), que conducirá su vida, en caída libre, al centro mismo de una espiral de pesadilla y desesperación en la que cada paso que da el protagonista buscando la salida produce, paradójicamente, el efecto contrario al deseado: enredarle en una tupida tela de araña de la que cada vez es más difícil escapar.

Edgar G. Ulmer, el autor de esta peli, una de las más desasosegantes, interesantes y desconocidas pelis del género negro de la década de los 40, había llegado a Hollywood en 1926 acompañando a Murnau, de quien había sido aprendiz y con quien iba a colaborar en “Amanecer” en calidad de director artístico, y es uno de los muchos cineastas centroeuropeos (Siodmak, Wilder, Zinnemann) que trajeron consigo un altísimo dominio técnico de su oficio y la herencia del cine expresionista, cuyos logros y descubrimientos se dedicaron a explotar en América, aun en productos que, como éste, se rodaban en unos pocos días y con medios de lo más limitados.

De ahí la absoluta modernidad, pese a su modestia, de esta road-movie, rodada con una loable ausencia de subrayados enfáticos y mediante una calculada ambigüedad narrativa que pone deliberadamente en entredicho la veracidad de la propia historia, que combina muertes absurdas, personajes turbios o al borde de la demencia, ingenuas ensoñaciones y deseos frustrados, canciones recurrentes que desatan violentamente recuerdos no deseados e imágenes ocultas en lo mas profundo del cerebro, lenguaje explícito e insinuante, noches lluviosas y carreteras polvorientas en el corazón de América, la sucia y desangelada realidad del sueño de Hollywood, una casi enfermiza concepción fatalista de la vida.

¿El nombre propio del que hablaba al principio? Lynch, David Lynch. ¿Quién, si no?
Normelvis Bates
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