Hoy en día sería imposible rodar una película así (si, se ha hecho un remake en el 2007 pero mucho más corta, casi una hora y además por eso mismo, porque es un remake), una cinta con dos actores (y los dos hombres) y 138 minutos y que encima sea buena, mantenga la intriga y no te se haga pesada. Me imagino a los productores actuales poniendo caras raras cuando alguien les expusiese la idea por primera vez.

Lo cierto es que la historia gira de un lado a otro sin que el espectador sepa muy bien por donde va ir. Se pasa del género detectivesco, a un triángulo amoroso, a la comedia (con momentos delirantes), a la historia de un robo, etc. Aunque al principio se le podría pedir a la historia un poquito más de agilidad, cuando se entra en el meollo de la cuestión, el ritmo no decae y la sorpresa de la misma logra mantenerse hasta el final. Y ni que decir tiene que los 138 minutos aguantan perfectamente por la gran personalidad de dos gigantes de la interpretación como Laurence Olivier y Michael Caine, que se mueven delante de la cámara como si estuviesen en un teatro.

Aún así la historia no tiene la suficiente entidad para haber realizado una cinta más redonda. Al final, no deja de ser pura intriga, con algunas gotas filosóficas, pero insuficiente como para salirse del género de suspense, de la sorpresa y el efecto final. Tampoco me queda muy claro la evolución psicológica de los personajes, especialmente el que interpreta Michael Caine.

Por último, uno espera quizás otro final (spoiler).