El título de la película es tan romántico como romántica es toda ella. Aunque, al hilo de la historia, no es un secreto precisamente lo que esconden los ojos de los protagonistas, sino un amor que se desborda a través de ellos y contradice una y otra vez las palabras y las acciones que los alejan. Ese amor, esa pasión, esa fuerza en los ojos, te hace preguntarte si alguna vez alguien te ha mirado así y, si no has tenido esa suerte, desearlo con todas tus fuerzas. Los ojos de Ricardo Darín traslucen tanta adoración, tanto anhelo, tanta necesidad de la otra persona, que resulta muy fácil ponerse en su lugar y sentir su misma angustia ante la perdida del ser amado y la misma decisión a la hora de recuperarlo.

La película es una maravilla. Lo reúne todo: Magnificas interpretaciones, una historia fabulosamente bien contada, una música exquisitamente seleccionada y unos escenarios, ora sórdidos ora luminosos, dependiendo del personaje central de la escena de que se trate.

Habla sobre la pasión, esa que nos mueve, que nos motiva, que nos hace llorar o reír. Narra como el hecho de prescindir de nuestro objeto de deseo (sea una persona, un objeto o una afición) se hace insoportable y condiciona toda nuestra vida. Cuenta como cada personaje, por no renunciar a esa pasión, pasan por la vida, unos hundiéndose, otros desesperándose, otros en el más absoluto vació, pero todos en un estado de inquietud permanente que precisan para sentirse vivos.

Todos y cada uno de ellos son importantes, porque todos completan un puzzle perfecto, intenso y hermoso.