"Deadpool" se deshace de la reflexión y la sobriedad del cine de superhéroes reciente para entregarnos una diversión salvaje, alocada, entretenidísima y espectacular. No sólo es capaz de saciar la sed de justifica de sus fanáticos de cómic en su adaptación a la gran pantalla, sino que también satisface al público en general o casual que ni siquiera conozca al antihéroe de antes. Y lo que hace, tiene el detalle de hacerlo rematadamente bien.
No es una película sobresaliente, pero sí es una diversión notable, bien hecha y con un gusto realmente ameno.
Su guión incluye una convencional historia de orígenes (con su correspondiente nota seria a mitad de película, pero sin empañar en exceso su argumento), contada a modo de flashback por partes y adornada con una apabullante cantidad de ociosos chistes jocosos y realmente graciosos. Sus referencias a las propias películas del género o a la cultura general universal no tienen desperdicio.
La dirección, efectos y aspecto técnico se hallan cubiertos de sobras. Aunque no cuente con mucho presupuesto, es una superproducción de estudio y eso se nota.
El ritmo es rápido e intenso. Sin ser una constante persecución, tampoco es que se haga larga o tenga tiempos muertos. Es siempre dinámica y, por momentos, endiablada.
Ryan Reynolds es inolvidable como el irreverente y entrañable protagonista. Él resulta ahora tan esencial como Deadpool, como por ejemplo Robert Downey Jr. resulta ahora tan apegado a Iron Man. Eso sólo puede ser resultado de una interpretación de oro. Y Reynolds lo clava, bien acompañado y secundado por un reparto que cumple con creces.
Queda pues una evasión rápida e ingeniosa, bien hecha y contada, intensa, que no engaña a nadie y que (precisamente por eso) gana muchos enteros.