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España España · Granada
Voto de Nadja:
9
Drama La joven y bella Eiko ha ido a refugiarse a un barrio de Kioto, a casa de Miyoharu, una geisha con muy buena reputación de la que Eiko quiere aprender. Ambas se hacen inseparables, pero una noche Eiko muerde a un cliente y las dos deben abandonar el barrio. (FILMAFFINITY)
10 de enero de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos acostumbrados a contemplar el mundo de las geishas amparados bajo la lupa de Occidente, con algunos ejemplos como el estadounidense (recuérdese el fracaso absoluto de lo que presenta ‘’Memorias de una geisha’’), que relatan un universo desconocido fascinados por la imagen extravagante y fantastica de lo que este representa pero sin ofrecer un enfoque realista o naturalista de lo que se muestra.


Todo lo que no consigue la citada, lo logra Mizoguchi con esta cinta de 1953. Y es que para Mizoguchi, el mundo de las geishas no vino dado por referencias externas. El mismo fue testigo del surgimiento de esta figura, ya que siendo solo un niño de ocho años vio cómo su propio padre vendía a su hermana de catorce años a una casa de geishas, para intentar obtener medios que le permitieran salir de la crisis económica en la que había sumido a su familia. Con estos precedentes y sabiendo lo que significa la mujer en el cine de Mizoguchi (a la que trata siempre en sus cintas como a una igual, reclamando sus derechos en tono de denuncia social), el acercamiento al mundo de las geishas debía ser realista y natural.


Con esta cinta el estereotipo de la geisha que todos tenemos en mente se destruye y el gran interrogante acerca de su profesión se esclarece. Mizoguchi nos muestra a dos mujeres con vidas contrastadas. Por un lado, Miyoharu es una geisha reflexiva y compasiva, que vive sus días en la más completa soledad y que nunca ha cuestionado las reglas del sistema en el que vive. Por otro lado, Eiko es una adolescente maltratada por su tío y abandonada por su padre, para la que convertirse en aprendiz de geisha, es la única salida a una vida de vejaciones y maltrato. A Miyoharu la pequeña Eiko le recuerda a su difunta madre, una antigua compañera de oficio, por lo que decide acogerla y enseñarle el trabajo. Aunque las une un destino común, Miyoharu y Eiko no podrían ser más diferentes. Lo que para una fue una norma social impuesta que había que cumplir sin miramientos, para la otra no deja de ser una violación de sus derechos naturales.


Y es que, aunque Eiko lo desconozca por la ingenuidad que proporciona su edad, las geishas no son más que delicadas muñecas de porcelana inanimadas. Seres de belleza etérea que deben orientar su vida con el único propósito de entretener y satisfacer a los hombres. Una geisha debe medir sus pasos, sus palabras y sobre todo debe mantener alejados sus sentimientos y sus emociones. A una geisha le está totalmente prohibido rebelarse o rechazar a un cliente con la más mínima negativa. Los hombres son sus dueños y señores, aunque sean personajes de carácter débil y enfermizo, incapaces de hacerles sombra.


A pesar de ello, lo que si une a Miyoharu y a Eiko es un marcado carácter que busca encontrar cierta parcela de libertad en las decisiones que pueden parecernos más triviales. Sus pequeños gestos de rebelión o negativa, esos que las sumen en la pobreza más total, son los más importantes ya que denotan un pequeño e imperceptible cambio en una sociedad rígida y conservadora, en la que la libertad femenina era impensable.


No es importante lo que se dice, si no como se dice. Y el contundente mensaje final de Mizoguchi no podría ser más desolador. Solo las que se someten en cuerpo y alma pueden avanzar. Las que se niegan, las que quieren vivir bajo sus propios principios son condenadas a la pobreza. Sin embargo, este desenlace tan fatalista a primera vista, esconde mucho más. Porque Mizoguchi crea una carta de amor al mundo de las geishas, revelando un espíritu fraternal e inquebrantable, que es capaz de unir a dos mujeres con vidas y destinos atormentados, que son capaces de encontrar consuelo y apoyo en su amistad, aunque el mundo que las rodea insista en humillarlas y maltratarlas constantemente. Un final claramente agridulce que no deja de ser bello por ello.


Está claro, que la infancia difícil que vivió este director y su veneración absoluta por su madre y por su hermana, marcaron su carácter y crearon una herida que supura una sensibilidad extrema y un respeto consagrado al ámbito femenino y a la problemática de la mujer de la época.


A nivel estético es impecable, como cada película de este director. Aficionado a las artes plásticas y conocedor de la pintura, cuando visualizas una de sus películas es imposible saber si estas ante un cuadro en movimiento o una película. Sin duda, uno de los directores más especiales, cuya filmografía, he tenido el placer de conocer. Mizoguchi no es solo un director de cine. Es un artista sin precedentes y cada pieza visual que nos deja es una obra de arte de valor incuestionable. Una vez que conoces un poco de su filmografía es imposible no quedar anonadado ante tanta belleza estética y formal. Porque cada una de sus cintas crea una comunión entre ambas. La belleza estética y la formal creando una orgia visual nunca vista.
Nadja
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