La tercera entrega de Misión imposible arregla el desaguisado producido por la segunda parte. Uno de los directores más talentosos del cine actual y alumno aventajado de Steven Spielberg, J.J. Abrams, dirige con habilidad una entretenida cinta que combina eficazmente suspense y acción. La película contiene espectaculares secuencias, como la del ataque con drones sobre el puente Sunshine Skyway de Florida, la escena en el Vaticano o el robo de "la pata de conejo" en el skyline de Shangai. Los efectos visuales son impresionantes y los especialistas nos deleitan con secuencias imposibles. Lo malo es que todo sucede tan rápido que casi no tienes tiempo para disfrutarlo y eso que dura dos horas.

Philip Seymour Hoffman es el villano de lujo que le da la réplica a un Tom Cruise en plena forma. Laurence Fishburne es un convincente pez gordo del FMI (no confundir con el Fondo Monetario Internacional). De nuevo Ving Rhames encarna a uno de los miembros destacados del grupo de Ethan Hunt en el que también está el irlandés Jonathan Rhys Meyers. De todas formas la película está concebida para el lucimiento exclusivo de Cruise que al fin y al cabo es quien la produce.