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Voto de Sergio Berbel:
10
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10
6.4
24,732
Western. Drama
Montana, 1925. Los acaudalados hermanos Phil (Cumberbatch) y George Burbank (Plemons) son las dos caras de la misma moneda. Phil es impetuoso y cruel, mientras George es impasible y amable. Juntos son copropietarios de un enorme rancho donde tienen ganado. Cuando George se casa con una viuda del pueblo, Rose (Dunst), Phil comienza a despreciar a su nueva cuñada, que se instala en el rancho junto a su hijo, el sensible Peter (Smit-McPhee). [+]
9 de enero de 2022
9 de enero de 2022
3 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jane Campion conmocionó al planeta entero con “El piano”. La fuerza centrífuga con la que se construían argumento e imágenes nos impactó para siempre y, desde aquel momento, nunca hemos podido olvidarla. Es muy curioso lo que me estaba ocurriendo durante el visionado de “El poder del perro”, su último film. La estaba valorando relativamente por parecerme otra vuelta de tuerca sobre la misma historia de “El piano” y, sin embargo, arranca mi idolatría por ella en su segunda mitad, cuando abandona los caminos del western que presentía que iba a tomar para irse por otros derroteros que comenzaron a recordarme a los ambientes enrarecidos y malsanos del mejor drama psicológico de Paul Thomas Anderson en general y de “Pozos de ambición” en particular. Y entonces comprendí que Jane Campion se había superado a sí misma emulando al genio.
Porque la segunda mitad de la película no tiene nada que ver con la primera, porque se trata de una cinta que va de menos a más, porque crees estar viendo los mismos códigos de Campion hasta que el aroma a maldad rancia de la mejor tensión psicológica del dios Paul Thomas Anderson hace su acto de aparición. Incluso la música de Jonny Greenwood (no por casualidad músico de cabecera de Paul Thomas Anderson) crece en estridencia y disonancias en la segunda mitad, para subrayar ese tono enfermizo de las historias del mejor director en activo que existe para mí en todo el planeta, Paul Thomas Anderson.
La cinta arranca con la vida de dos hermanos que han hecho fortuna con el ganado en la Montana de 1925. Ambos magistralmente interpretados en un recital antológico por parte de los maravillosos Benedict Cumberbatch y el imprescindible en este tipo de papeles Jesse Plemons. Ambos las dos caras de la masculinidad, los dos tipos de hombres que pudieran existir. El primero (excelso Benedict Cumberbatch) es violento, pendenciero, maltratador nato de todo ser vivo que se acerca a él, homófobo como nadie, machista y misógino como el primero. En cambio, su hermano George (Jesse Plemons), que ha vivido a la sombra del primero desde siempre, es todo lo contrario: atento, sensible, servicial, caballeroso.
En el transcurso de una conducción de ganado por el Medio Oeste, ambos recalan para comer en el restaurante-pensión de una viuda, interpretada por la colosal Kirsten Dunst (que para mí siempre estará asociada a “Melancolía” de Lars Von Trier de por vida), y surge el amor entre el hermano sensible y la mujer solitaria tras el suicidio de su esposo. Ella cuenta además, como fruto de aquel matrimonio fatalmente disuelto, con un hijo adolescente claramente homosexual y afeminado. El conflicto familiar con el hermano homófobo está servido y destapará todo tipo de secretos inconfesables habidos en el seno de tan disfuncional familia.
Obviamente, este trío formado por los dos hermanos varones y una mujer, y complementado por un adolescente, era un eco expreso de “El piano” y hasta ese momento pensé que Jane Campion nos estaba ofreciendo a probar el mismo plato otra vez, incluso con la aparición de un piano de nuevo en este film, para que fuera más evidente. Pero… el espíritu de Paul Thomas Anderson (sí, vuelvo a citarlo de nuevo) se apodera de la historia, de la estética y de la música de la segunda mitad de la película y entonces la eleva hasta cotas épicas de tensión psicológica rayana con el terror en algunos momentos, como si de otra “La hija” de Manuel Martín Cuenca se tratase.
La fotografía de Ari Wegner es absolutamente espectacular y ojo al cameo en la parte final, incluso en un personaje sin diálogo, de Frances Conroy (la madre de los Fisher en Six Feet Under).
Porque la segunda mitad de la película no tiene nada que ver con la primera, porque se trata de una cinta que va de menos a más, porque crees estar viendo los mismos códigos de Campion hasta que el aroma a maldad rancia de la mejor tensión psicológica del dios Paul Thomas Anderson hace su acto de aparición. Incluso la música de Jonny Greenwood (no por casualidad músico de cabecera de Paul Thomas Anderson) crece en estridencia y disonancias en la segunda mitad, para subrayar ese tono enfermizo de las historias del mejor director en activo que existe para mí en todo el planeta, Paul Thomas Anderson.
La cinta arranca con la vida de dos hermanos que han hecho fortuna con el ganado en la Montana de 1925. Ambos magistralmente interpretados en un recital antológico por parte de los maravillosos Benedict Cumberbatch y el imprescindible en este tipo de papeles Jesse Plemons. Ambos las dos caras de la masculinidad, los dos tipos de hombres que pudieran existir. El primero (excelso Benedict Cumberbatch) es violento, pendenciero, maltratador nato de todo ser vivo que se acerca a él, homófobo como nadie, machista y misógino como el primero. En cambio, su hermano George (Jesse Plemons), que ha vivido a la sombra del primero desde siempre, es todo lo contrario: atento, sensible, servicial, caballeroso.
En el transcurso de una conducción de ganado por el Medio Oeste, ambos recalan para comer en el restaurante-pensión de una viuda, interpretada por la colosal Kirsten Dunst (que para mí siempre estará asociada a “Melancolía” de Lars Von Trier de por vida), y surge el amor entre el hermano sensible y la mujer solitaria tras el suicidio de su esposo. Ella cuenta además, como fruto de aquel matrimonio fatalmente disuelto, con un hijo adolescente claramente homosexual y afeminado. El conflicto familiar con el hermano homófobo está servido y destapará todo tipo de secretos inconfesables habidos en el seno de tan disfuncional familia.
Obviamente, este trío formado por los dos hermanos varones y una mujer, y complementado por un adolescente, era un eco expreso de “El piano” y hasta ese momento pensé que Jane Campion nos estaba ofreciendo a probar el mismo plato otra vez, incluso con la aparición de un piano de nuevo en este film, para que fuera más evidente. Pero… el espíritu de Paul Thomas Anderson (sí, vuelvo a citarlo de nuevo) se apodera de la historia, de la estética y de la música de la segunda mitad de la película y entonces la eleva hasta cotas épicas de tensión psicológica rayana con el terror en algunos momentos, como si de otra “La hija” de Manuel Martín Cuenca se tratase.
La fotografía de Ari Wegner es absolutamente espectacular y ojo al cameo en la parte final, incluso en un personaje sin diálogo, de Frances Conroy (la madre de los Fisher en Six Feet Under).