Añadir a mi grupo de amigos/usuarios favoritos
Puedes añadirle por nombre de usuario o por email (si él/ella ha accedido a ser encontrado por correo)
También puedes añadir usuarios favoritos desde su perfil o desde sus críticas
Nombre de grupo
Crear nuevo grupo
Crear nuevo grupo
Modificar información del grupo
Aviso
Aviso
Aviso
Aviso
El siguiente(s) usuario(s):
Group actions
You must be a loged user to know your affinity with Sergio Berbel
- Recomendaciones
- Estadísticas
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Sergio Berbel:
10
Voto de Sergio Berbel:
10
8.1
90,908
Thriller. Intriga. Drama
Benjamín Espósito es oficial de un Juzgado de Instrucción de Buenos Aires recién retirado. Obsesionado por un brutal asesinato ocurrido veinticinco años antes, en 1974, decide escribir una novela sobre el caso, del cual fue testigo y protagonista. Reviviendo el pasado, viene también a su memoria el recuerdo de una mujer, a quien ha amado en silencio durante todos esos años. (FILMAFFINITY)
15 de septiembre de 2020
15 de septiembre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece muy complejo alcanzar la perfección en el thriller y en el drama romántico de forma simultánea y creo que alcanzó la cumbre de ello Juan José Campanella con “El secreto de sus ojos”, porque ambas facetas están sublimadas hasta tocar el cielo, porque apasiona y tensiona como cine negro pero embelesa y hace volar como drama romántico, un amor imposible que sus protagonistas tan solo rozan con los dedos. Por eso es una de las grandes obras maestras del cine.
Una película magna, un templo eterno del cine, que se cimenta sobre dos pilares que deslumbran de tanto brillar: Soledad Villamil y Ricardo Darín. No es que ambos lleven su interpretación hasta nuestro éxtasis, es que dejan de ser mortales para convertirse en eternos (tan sólo por esta película lo serían, pero ya sé todo lo que llevan detrás en sus respectivas filmografías excelsas).
Pero lo más excelso de todo es la química que sucede sin querer entre ambos. Quizás jamás la pantalla haya ardido en pasión a través de simples miradas como la que crean de la nada a golpe de magia Soledad Villamil y Ricardo Darín. El amor era esto y ellos lo explican simplemente con un juego de miradas apabullante y una estación de tren que convoca a la lágrima mientras que ese precioso e hipnótico piano desgrana una melodía de Federico Jusid que ya es eterna y nos pertenece por devoción y vocación cinéfila.
Nos importa la investigación del crimen de una chica maravillosa que es violada y asesinada dejando arrasado a su cónyuge cuando estaban recién casados, nos importan los falsos culpables, nos importa la instrucción judicial de la causa, nos importa buscar al criminal, algo sostenido en dos épocas distintas (en 1974 cuando ocurrió y 25 años después cuando el personaje de Darín decide escribir una novela sobre el tema)… todo eso nos importa, pero todo eso se derrite entre nuestros dedos y nos da igual cuando la pareja protagonista está ante la cámara, porque su historia de amor inaprensible lo devora todo.
Entonces, cuando Villamil y Darín se miran, todo se acaba, todo se desmorona, todo nos da lo mismo, porque solo podemos suspirar por ellos y por su amor siempre a destiempo, subrayado por una música de Federico Jusid absolutamente mágica. La historia de amor gana la partida al thriller, afortunadamente, y lo invade todo.
Y luego está la genialidad técnica de Campanella, bellamente clásico en su planteamiento formal y creador de uno de los planos secuencia (lo que más adoro del cine) más importantes de toda la historia: durante más de 5 minutos, sobrevolamos un estadio de fútbol, nos metemos en el partido, entramos en la grada y provocamos una persecución que recorre todo el recinto deportivo en varias alturas con una cámara que persigue al sospechoso de forma implacable legando para la historia uno de los más sublimes planos secuencia jamás conocido.
El cine era esto.
Una película magna, un templo eterno del cine, que se cimenta sobre dos pilares que deslumbran de tanto brillar: Soledad Villamil y Ricardo Darín. No es que ambos lleven su interpretación hasta nuestro éxtasis, es que dejan de ser mortales para convertirse en eternos (tan sólo por esta película lo serían, pero ya sé todo lo que llevan detrás en sus respectivas filmografías excelsas).
Pero lo más excelso de todo es la química que sucede sin querer entre ambos. Quizás jamás la pantalla haya ardido en pasión a través de simples miradas como la que crean de la nada a golpe de magia Soledad Villamil y Ricardo Darín. El amor era esto y ellos lo explican simplemente con un juego de miradas apabullante y una estación de tren que convoca a la lágrima mientras que ese precioso e hipnótico piano desgrana una melodía de Federico Jusid que ya es eterna y nos pertenece por devoción y vocación cinéfila.
Nos importa la investigación del crimen de una chica maravillosa que es violada y asesinada dejando arrasado a su cónyuge cuando estaban recién casados, nos importan los falsos culpables, nos importa la instrucción judicial de la causa, nos importa buscar al criminal, algo sostenido en dos épocas distintas (en 1974 cuando ocurrió y 25 años después cuando el personaje de Darín decide escribir una novela sobre el tema)… todo eso nos importa, pero todo eso se derrite entre nuestros dedos y nos da igual cuando la pareja protagonista está ante la cámara, porque su historia de amor inaprensible lo devora todo.
Entonces, cuando Villamil y Darín se miran, todo se acaba, todo se desmorona, todo nos da lo mismo, porque solo podemos suspirar por ellos y por su amor siempre a destiempo, subrayado por una música de Federico Jusid absolutamente mágica. La historia de amor gana la partida al thriller, afortunadamente, y lo invade todo.
Y luego está la genialidad técnica de Campanella, bellamente clásico en su planteamiento formal y creador de uno de los planos secuencia (lo que más adoro del cine) más importantes de toda la historia: durante más de 5 minutos, sobrevolamos un estadio de fútbol, nos metemos en el partido, entramos en la grada y provocamos una persecución que recorre todo el recinto deportivo en varias alturas con una cámara que persigue al sospechoso de forma implacable legando para la historia uno de los más sublimes planos secuencia jamás conocido.
El cine era esto.