Hay un acertado dicho que reza “Dime de qué presumes, y te diré de qué careces”. Cuando cada imagen de la película subraya con cansina insistencia la presencia de una cámara, sea de videoaficionado, sea fija, sea de televisión, para recalcar la supuesta objetividad, nos encontramos con un resultado como éste. Cuando, de hora y media de película, con lo único que nos quedamos es con la explosión de una mina antipersona, una violación y una decapitación, algo no funciona. O tal vez sí. Se trata de un filme sensacionalista en el sentido más despectivo del término, un “Salsa Rosa” de la indecente guerra (como todas) de Irak.
No creo que nadie sea ajeno a las barbaridades que cometen las tropas norteamericanas en aquellas latitudes, ni a las no menos condenables atrocidades que perpetran los fanáticos fundamentalistas. Todos sabemos que quien más sufre en aquella situación es la mayoría del pueblo iraquí.
Para recalcar aún más la pretendida objetividad, se recurre a unos actores desconocidos, no sé si profesionales o no, horribles en cualquier caso, cuyas disquisiciones ante el ojo electrónico son para someterles a un consejo de guerra. Y al que está tras la cámara, a dos.
Como dice uno de los protagonistas al principio, la primera víctima de una guerra es la verdad. La primera víctima de esta película también. La bruja de Blair se perdió en Samarra y miren lo que nos dejó.
Sólo salvaría las imágenes iniciales y finales, las que verdaderamente hacen una aproximación fría y documental, no diré objetiva. Las que, casualmente tienen como fondo musical dos piezas magistrales de Händel y Puccini. Dos grandes de verdad, no una mediocridad como De Palma, quien nunca fue un gran director. Hace años que no filma nada bueno; parece que el recurso al tabloide fílmico tampoco le ha dado muy buen resultado.