Películas como esta “Gringo, se busca…” me desconciertan. Desde luego no me entusiasman y tampoco es que me desagraden, pero tampoco las veo a gusto. Me dejan la cabeza caliente, dando vueltas a una idea que nada tiene ver con lo que cuenta la película; una sensación de «esto ya lo he visto yo antes… pero mucho, mucho, mucho antes».

Y es que hablamos de una comedia de humor negro, donde un ingenuo trabajador de una empresa farmacéutica se ve envuelto en los tejemanejes de los mandamases de su compañía a los que cree sus amigos y que le meten en un lío de drogas al otro lado de la frontera. Presumiblemente, el humor reside en presentar personajes sin escrúpulos, de un cinismo absoluto y ver al pobre currante sufriendo al afrontar situaciones forzadas que se escapan a su control. Sí, es un humor para gente sufrida o para sádicos con el que yo no me identifico mucho, pero oye, tiene que haber gente para todo, en eso no entro.

Lo que pasa es que ¿qué queda si a una comedia le quitas el humor? Pues una película rara en la que la gente hace y dice cosas desconcertantes por razones incompresibles, aunque sea gente famosa. Un conjunto de escenas que con suerte se entienden en sí mismas, pero no como parte de un todo. Sí, al final las piezas parecen encajar, nadie ha dicho que sea un guión con gazapos o poco trabajado, pero la pregunta que me hice fue «¿y para qué». Volviendo a lo que comentaba al principio, me recordó al cine europeo de finales del sigo pasado, con esas comedias a las que con diez-quince años no les encontraba sentido, en las que el humor se suponía que estaba en que la gente fuera aturullada de un lado a otro pasando malos ratos. Igual que ese cine tenía seguidores, puede que “Gringo, se busca…” encaje en cierto público que consiga entrar en su rollo. A mí, personalmente, me deja indiferente.