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Costa Rica Costa Rica · Me encantan las galletas
Voto de Javier Moreno:
3
Comedia. Drama Cuatro amigos deciden participar en la maratón de Rotterdam. Una película llena de humor y un canto a la amistad. (FILMAFFINITY)
27 de mayo de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comedia básica de una industria que sólo firma respetables títulos a la vista de galas internacionales. Guión masticado durante décadas que fluye como cualquier anuncio leve de la anodina televisión.

Desde Rotterdam nos llega una ingenua y fallida cinta de superación en la que el tema principal es la podredumbre humana que nos engloba como seres envidiosos, de la que uno puede salir en un afán de amistad y solidaridad. Cuatro superficiales amigotes trabajan juntos en un taller que no visita cliente alguno, y lo poco que hay que trabajar es enviado al joven extranjero con el que todos se meten.

Cada uno de los protagonistas tiene su propia miseria personal, y las descubrimos sin sorpresa y sin gusto. Se vuelcan todos los estereotipos que nos tienen cansados: la imposible comunicación con un hijo rebelde, un matrimonio basado en la mentira, una terrible enfermedad, la homosexualidad como descubrimiento, la falsa esperanza de una mujer perdida. Pues eso, elemental.

La estética resulta ordinaria y regular, como la que vemos en muchas producciones también españolas, donde el chandal, el tabaco, la cerveza y la taberna son los lugares comunes más feos imaginables. Interiores deplorables que respiran cercanía, pero sin elaboración.

La trama entra en conflicto cuando descubrimos que el negocio no funciona y deben buscar una alternativa, cuanto más rocambolesca mejor, con la que solventar las deudas. Como es previsible, escogen la opción más disparatada: correr la maratón que pasa por su ciudad, Rotterdam, y buscar un patrocinador que desembolse una barbaridad de dinero para el sponsor. Muy factible, sí. Al menos disfrutamos de alguna imagen del puente Erasmus, de Boers y otros clásicos emplazamientos.

El chivo espiatorio que trabaja con ellos, egipcio, les ayudará, mostrando su mejor rostro y la segunda mejilla frente a la desfachatez de los involucrados. Conseguirán sus metas, aunque para ello tendrán que luchar contra sí mismos, y aprenderán varias lecciones que la vida les enseñará (me duele escribir estos tópicos, no creáis).

Lo intentarán, caerán, se levantarán, en el último momento todo se vendrá abajo y sacarán lo mejor de sí para relanzar la apuesta. Y correrán la maratón, un recorrido que hace que la película gane un punto (experiencia personal) por lo que significa correr una carrera de resistencia, cosa que un servidor hacía con asiduidad, y por lo que la ciudad significa, pues me encuentro viviendo en ella actualmente. Sin embargo, el desarrollo es tan pobre como la iniciativa. Se vuelve cómica por algunos chistes fáciles y uno puede reírse y soltarse un poco, pues no hay tensión alguna. Algunos personajes son caricaturas, y rozan el límite hasta que te olvidas de que es una película y decides no tomarla en serio. Y en ese punto es donde quizá gane la película. Cuando no esperas nada, se pasa el tiempo sin enfado.

El fútbol tiene su punto (himno del Feyenoord como nana) y las bromas internas entre neerlandeses son las gracias más sostenibles (rivalidad frente a Amsterdam). Pero no son 111 minutos recomendables. Todo ocurre sin verdadera ambición, como si hubiéramos de ver la película en un momento de debilidad, de decadencia física. No es posible acercarse sensiblemente a los protagonistas, aunque alguno resulte más agradable, y ninguna de las historias se desarrolla hasta sus últimas consecuencias, por lo que una lección básica del cine queda al descubierto. Producción amateur que gustará a los habitantes de Rotterdam y pocos más. Me ahorro el apelativo peyorativo. Habrá un giro natural a los acontecimientos y retornará el mismo ritmo.

En todo caso, por prudencia, evito destripar el final (tampoco es sorprendente) o despojaros de la posible visita de descubrimiento. Eso sí, no os fijéis en la foto de portada de la película, son tan ridículos que te cuentan el final, momento de única posible intriga, con una imagen explícita.
Javier Moreno
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