Es evidente que con un guión bien trabajado cualquier película sale ganando. Cuando la historia que se nos explica, como sucede en "El día de la ira", viene desencadenada por unos hechos coherentes, el espectador puede sentirse, para empezar, más cómodo ante el paso de los minutos. Otra cosa son los gustos por ese mismo guión, por el género y por los actores, pero para empezar bien, este spaghetti western cuenta con una historia bien explicada, lo cual no es poca cosa. Hay más cosas buenas que ese imprescindible totem del cine llamado guión, hay otro totem humano, Lee Van Cleef, un hombre al que le sentaba muy bien el sombrero, la pistola y el polvo del desierto. Aquí como maestro en las artes del disparo está brillante, con su mirada aviesa, sus intenciones al filo de lo bueno y de lo malo, un hombre que soporta el protagonismo de manera excelente.

Lo malo es que la sombra de Van Cleef, inmensa, extraordinaria, opaca y negra, es tanta sombra que el guaperas Giulano Gemma se pierde en ella, absorbido, engullido lamentablemente. El personaje del aprendiz es el más necesario de todos, por ello, y volviendo al tema de la estructura narrativa de un guión bien presentado, es una verdadera lástima que la película cojee por ahí. Se trata de un elemento explicativo fundamental y falla porque es poco creíble, porque está bien afeitado, porque se vuelve infalible y detestable. Son opiniones, claro.

Con todo, estoy convencidísimo que a los seguidores del género esta producción europea les va a convencer lo suficiente, es una película que tiene mucho para entretener y ciertamente, si exceptuamos a Leone, por lo que he visto de spaghetti, se trata de una de las mejores. Tiene una serie de personajes secundarios caricaturescos pero necesarios, desde el sheriff al banquero, tiene muchos tiros, traiciones, galopes, una mujer guapa que sólo aparece porque sino nos volveríamos locos y un ritmo que se precipita en un final de lo más adecuado.