Nunca me había pasado: empecé poniendo un muy buena y acabé en un regular, pensándola día a día, a cuestas con una incómoda sensación, hasta que me comprendí a mí mismo y empecé a rumiar mi venganza (bueno, sí, la modesta venganza del espectador protestón: triste regular) a pesar de sus muchas excelencias. por tratarse de una actitud política con la que no estoy de acuerdo y no me parece que deba defender.

Está en su derecho este escritor con amplia producción teatral y muy buen conocedor del cine y la televisión, de defender a mansalva a la institución católica que sus personajes quieren representar. Pero yo, como ser pensante, debo hacer el esfuerzo del buen espectador: el de pensar incluso por encima de fascinaciones tan bien pergeñadas por un reparto de tanto talento como éste.

Pero es que, conocedor de esta obra de teatro original, la primera trampa en que caí fue en no reconocer realmente la obra, ya que su autor al llevarla al cine subraya la defensa a ultranza de “la buena gente dentro de mi Iglesia”, lo que nunca pondré en duda: pero es tan maniqueo el planteamiento, tan exagerada la voluntad de salvaguardar el honor de la Iglesia progresista de finales de los 60 (transcurre cuatro años antes de la llegada del papa más “cristiano”, Juan XXIII cuya revolución progresista duró un puñado de años nada más), tan maniqueo todo entre el ser abierto a los cambios y a convivir con emociones complejas frente al intolerante, que el autor le da una oportunidad al más feroz, al que clama sangre constantemente, y le da, nada menos, la oportunidad, ampliamente inverosímil, de dudarm, de cuestionar su propia, implacable voluntad dictatorial.

Ahora bien: la cosa está tan bien urdida que es cinematográficamente espléndida, y no pudo contar con mejores intérpretes, que juegan abiertamente la carta del autor: dos grandes actores protagonistas, y dos secundarias espléndidas: una buena actriz (Amy Adams), y una excelente actriz negra (Viola Davis), la música, la fotografía, la ambientación: todo al servicio de una causa ideológica megacatólica en el peor sentido, más bien pobre, porque, sencillamente, debería haber opuesto algo más que extremos, enriqueciendo su postura con autocrítica más severa. (Ver spoiler).