Es un Oliver Twist diferente a los anteriores, más duro, más amargo, con una carga de desasosiego singular: el que verdaderamente persiguiera al Polanski niño torturado por la crueldad del gheto de Varsovia. Un sentimiento brutal metido a saco en un clásico literario sobre la miseria y la desigualdad social en Europa.

Pero esto no sería posible sin la creación de Ben Kingsley, quien consigue irritar, desagradar y conmover con renovados elementos grotescos. No se parece a ninguno de sus antecesores e impone, con la contención dramática que le caracteriza, ese universo singular de su rastrero personaje que se alimenta de la desgracia ajena con cínico sentido del humor y notable crueldad basada en un miedo espantoso a caer en desgracia.

Genial Ben Kingsley una vez más, después de sus maravillosas composiciones, extraordinariamente distintas e igualmente prolijas, en La lista de Schindler y Casa de arena y niebla.

Admirable Polanski en su capacidad de variar de género sin abandonar su estilo y dominar todos los campos.