Desde la primera secuencia combina música excelsa con imágenes chirriantes, de violencia exagerada, rimbombante y estúpida: todo al mismo tiempo.

La farsa va por delante de cualqueir atisbo costumbrista, de manera que en los 70 podía resultar de alto impacto, idóneo todo el conjunto para "epatar a la burguesía" y sus encantadores espectadores de sábado noche. Pero hoy en día aquellos impactos quedan en pólvora mojada: las secuencias de sexo son atrabiliarias, bajo sugerencias sin peso y cuadros explícitos que oscilan entre lo obvio de cine B y la tontería de la cámara rápida para que pase la censura.

Visto desde hoy, la novela sobrevive al tiempo, especie de ciencia-ficción en muchos aspectos y, sobre todo, singular novela negra sobre un tema que ha ido a más, especialmente en el retrato de la violencia gratuita de clasemedieros sin otro afán criminal que el de existir por abuso de la fuerza.

La constante parodia de todos: funcionarios y bienpiensantes, violentos callejeros y violentos policías, todos desquiciados por igual resta fuerza a la historia y al mensaje apocalíptico de toda la obra: un mundo saturado de violentos-imbéciles-trepadores-descerebrados. Francamente, un producto tan ambicioso y del que tanto se habló hoy resulta intrascendente en lo filosófico, reaccionario en lo ideológico y muy desagradable en lo estético.

Malcolm McDowell tiene muchas aptitudes que se quedaron en la fotofija de aquel entonces: talento interpretativo, desinhibición física extraordinaria con un manejo de su cuerpo desnudo que no se había visto en el cine por auquella época... Lástima que su carrera se vio atravesada por este personaje y no le dejó crecer en la industria. Recuerda el caso de Anthonny Perkins y y su Norman Bates de Psicosis: actores muy cualificados que permanecen como caricaturas de su éxito inicial, condenados a repetir una y otra vez el papel de desequilibrados.