Al entrar en la sala de cine, dispuesta a ver Avatar, una se imaginaba una gran película, llena -cómo no- de efectos especiales maravillosos. Ahí, debo admitirlo, Avatar dio la talla: Pandora es, sin duda, un universo precioso, donde bestias y paisajes resultan un regalo para la vista. Me tiré de los pelos por no poder verla en 3D, por supuesto, con ese colorido brillante y esas escenas maravillosas donde todo parece preocupantemente real.
Pero, en el fondo, una va al cine a que le cuenten una historia. Y, sinceramente -y después de la publicidad y las maravillas que contaba todo el mundo sobre Avatar-, esta historia está un poco vista, manoseada, incluso.
Y es que, a pesar de lo maravilloso de los escenarios, del magnífico mundo que ha creado James Cameron, a Avatar le falta ese "algo". Vuelve a contarme una historia prácticamente vista en Pocahontas, con toques de amor y aventura y una denuncia social a la invasión de la máquina y los intereses económicos. Un protagonista que podría dar más de sí, una chica que hace de típica princesa guerrera y, en general, personajes más o menos planos. Es una película que, quizás, volvería a ver -eso sí, en pantalla grande-, pero que, desde luego, no se lleva un diez. Ni mucho menos.