Dos jóvenes promesas del cine trabajan juntas aquí, en una producción claramente independiente de las que le encantan a la crítica y a parte del público.
Pero para algunos espectadores de a pie como yo, es un poquito insufrible aguantar esta sucesión de diálogos (porque es poco más que eso hasta cerca del final) más aburridos y patéticos que limpiar la casa un domingo por la tarde.
Si ya es empezar y ni siquiera nos explican qué se traen estas dos entre manos en ese “casoplón”, alternando frases estúpidas con silencios largos, así en plan “indie”. Después queda más claro, pero da igual.
Dividen la historia en capítulos a lo Tarantino, sin que sea necesario. Rellenan la eterna hora y media (que parece el triple) con escenas que no vienen a cuento para nada, como por ejemplo la de la piscina o cuando están viendo la tele diciendo tonterías.
Olivia Cooke hace un personaje peculiar, pero no por eso es interesante. Verdaderamente, estas dos chicas son buenas actrices, sobre todo Anya, pero eso importa bien poco cuando aquí se pasan prácticamente toda la película completamente impasibles. Leer frases sin cambiar la expresión facial en ningún momento no es actuar, es hacer de robot para cobrar y alardear de haber hecho un film de culto para algunos.
Llegado cierto punto, parece que la cosa va a dar un vuelco a mejor, pero un thriller no hay que contarlo tan mal, con este estilo lento y extraño, porque así no funciona.
¿Y qué decir del “ruido sonoro original”? Parece que el “compositor” de esto quiere codearse con la banda sonora de “Sinister” en cuanto a chirriar y faltar a todo lo que se entiende por música, sin armonía ninguna.
Es una película muy aburrida, que desaprovecha a sus actrices y tiene un guion de suspense sin suspense, destrozado por la forma de contarlo. Si la hubieran planteado con un enfoque más comercial, a lo mejor hubiera estado bien.