Spielberg reinventó el género bélico con su soldado Ryan, y como consecuencia aquí tenemos a una de sus “hijas” más destacadas.
En ella, al igual que en la de Tom Hanks, se nos muestra la guerra con toda su crudeza y bestialidad, metiéndonos de lleno en la batalla, de manera que la sangre casi nos salpica y las balas silban cerca de nuestras cabezas.
Ridley Scott nos enseña cómo fue la batalla de Mogadiscio en 1993, en la que el ejército estadounidense lo pasó un poco mal, por subestimar al enemigo, lo cual no es la primera vez ni la última.
Bueno, decir que lo pasó mal es relativo, porque antes de los créditos finales se nos dice que murieron 19 estadounidenses, pero que las bajas somalíes fueron un millar, así que no sabría yo qué decir al respecto.
En fin, ya sabemos que cuando son ellos los que lo cuentan, el heroísmo y patriotismo están exacerbados, como si sus vidas y su país valieran más que los demás. Pero a esto ya estamos acostumbrados, dejemos la política aparte.
Scott filma con pulso narrativo. A pesar de haber tanta acción, todo se ve más o menos bien. Las primeras secuencias nos ponen en situación a modo de documental, luego vamos conociendo a la infinidad de personajes, todos ellos encarnados por una generación de jóvenes y buenos actores. Lo cierto es que el reparto está lleno de conocidos.
De los “malos” se nos cuenta poco respecto a sus motivaciones. Los soldados somalíes más bien parecen una horda de zombies que atacan sin compasión y en masa. Cuando no luchan, rezan sus oraciones con la ametralladora colgando del hombro. Esa imagen, con esa fotografía tan buena, me pareció muy interesante.
Cuando comienza la misión, ya podemos agarrarnos al sillón y prepararnos, porque esto no es ni más ni menos que una recreación de la guerra moderna, que quizás se le va un poquito de las manos al director.
Llegado el momento de los tiros, ya no paran hasta el final. Tiroteos y explosiones sin fin en una especie de bucle infinito que, sinceramente, se hace un poco repetitivo y cansino.
Llevo años escribiendo críticas en esta web, y en no pocas ocasiones me he quejado de la falta de ritmo y acción en películas que supuestamente son de eso. Generalmente prefiero la acción frenética a los tiempos muertos que no aportan nada. Sin embargo, en este caso, creo que la cosa se va de madre. Y el problema no es que la acción no pare durante muchísimos minutos, sino que las situaciones son demasiado repetitivas. Supongo que Scott se ha acogido a los hechos reales con cierta fidelidad, pero la película es un estribillo larguísimo en el que parece que siempre pasa lo mismo una y otra vez. Tanto es así, que hasta se me hace pesada, y lo que no deja de ser un peliculón se queda en el notable en lugar de en el sobresaliente.
Por último, hay que destacar el trabajo de Hans Zimmer. El maestro nos brinda una más de sus innumerables joyas, con unos acordes y voces que a veces parecen africanos, y otras tienen un aire céltico que parece que no casa con la película, pero que finalmente quedan muy bien. En cualquier caso es una banda sonora magistral, digna de ser escuchada fuera o dentro del film.