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Voto de Argoderse:
8
Thriller. Drama Antoine y Olga son una pareja francesa que se instaló hace tiempo en una aldea del interior de Galicia. Allí llevan una vida tranquila, aunque su convivencia con los lugareños no es tan idílica como desearían. Un conflicto con sus vecinos, los hermanos Anta, hará que la tensión crezca en la aldea hasta alcanzar un punto de no retorno.
14 de noviembre de 2022
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre me ha fascinado la frase de Jean Paul Sartre: El infierno son los otros. Incapaz de aceptar sus miedos, abrazarlos y trascenderlos, el ser humano ha tendido a lo largo de la historia a mirar fuera lo que siempre estuvo dentro; a culpar a su hermano, al vecino o al extraño de su particular desdicha. Por no reconocer que es el origen y solución de su infortunio, ve en los otros al responsable de sus calamidades y penas.

Frente a esto caben dos respuestas: una triste y retraída, dejarse reconcomer por el odio en vez de asumirlo como propio y liberarlo; o expulsarlo hacia afuera, en un acto de violencia. Se llega a un punto de no retorno, donde el 'demonio' del rencor y la inquina se ha adueñado de la esencia del ser, y se ejecuta un plan de venganza hasta sus últimas consecuencias.

Dicen que los animales atacan cuando sienten miedo. Obviamente, los humanos también. Miedo a lo diferente, a lo que no se puede controlar. E incontrolable es esta película, una sacudida inspirada en hechos reales, lo cual es más desconcertante.

Impresionante Luis Zahera, un tipo acorazado, que ha enterrado su humanidad en el rencor. Culpa a todos de su desgracia y la de su familia, mientras ve en la eólica noruega la posibilidad de salir de un pozo de miseria, que no es consciente que siempre estará con él, dada la ausencia de introspección.

Pero si hay especialmente un culpable ese es su vecino, representado por un grandullón aparentemente bonachón, como Denis Ménochet (fantástico, también). Al contrario que Zahera, él sí sabe lo que es el amor. De hecho, ello lo trajo a Galicia, junto a su esposa. Por lo tanto, lo ha experimentado, lo ha trabajado y sigue haciéndolo a través de sus huertos. Para él, esta tierra es un premio, en contraposición al castigo que supone para su vecino, que cree obrar en posesión de la verdad absoluta, la egocéntrica razón propia, por el simple hecho de haber nacido allí.

En definitiva, son dos proyectos de vida distintos, dos trenes con sus propios intereses a punto de chocar. En verdad parece evidente e incluso justificable tomar partida por uno, en apariencia más amable, el que representa Ménochet que, por el otro, el de Zahera. Pero Sorogoyen y Peña huyen de las evidencias, en un claro acierto narrativo, como el hecho de mantener los versión original, imprescindible para adentrarte en esta historia de violencia.

En el cartel promocional de la película, se ve como de entre las sombras va surgiendo una Marina Föis que halla la salvación en la trascendencia del miedo, perdiéndolo todo, literalmente hablando. Un rallo de luz entre tanta tiniebla. En la primera parte de la película se mantiene en un segundo plano, pero es a partir de precipitarse los acontecimientos cuando comienza a ganar fuerza, a través de la voluntad de mantener el sueño que les trajo a esta tierra. Con voluntad, nada es imposible, y ella es la abanderada, en un registro sobrio, contenido, sin fisuras.

Pese al vigor que le imprime a la obra, el desenlace que proponen Sorogoyen y Peña a mi me deja particularmente frío, teniendo en cuenta al punto de ebullición al que nos han ido llevando en sus poco más de dos horas de duración. Me ocurrió lo mismo con El Reino o Antidisturbios, no así con Stockholm y Qué Dios nos perdone.

Sea como fuere, ese punto final y pasar de puntillas por la estafa de las eólicas, no desluce el trabajo conjunto de una película dura, cruel y desagradable por momentos, pero donde afortunadamente tiene hueco la compasión. Una cinta, As bestas, que te sacude e invita a reflexionar sobre la importancia de mirarse hacia dentro, aceptarlo y ver limpio hacia afuera.
Argoderse
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