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España España · santiago de compostela
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Voto de berenice:
4
Blancanieves
Voto de berenice:
4
Drama Versión libre, de carácter gótico, del popular cuento de los hermanos Grimm, que ha sido ambientada en España durante los años 20. Blancanieves es Carmen, una bella joven con una infancia atormentada por su terrible madrastra Encarna. Huyendo de su pasado, Carmen emprenderá un apasionante viaje acompañada por sus nuevos amigos: una troupe de Enanos Toreros. (FILMAFFINITY)
16 de marzo de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El señor Berger reconoce sus referencias: la expresionista Alemania, con Lang y Murnau a la cabeza, entre otras, (quizá Freaks, de Tod Brownig). Berger imita mucho a aquellos maestros, pero nos somete a una sobredosis de planos mucho mayor que la de ellos. Cualquier acción de la película, (un torero vistiéndose, por ejemplo), se recrea con mil y un planos, de brevísima duración, desde todos los ángulos y con preferencia por el detalle muy cercano. Y así durante todo el metraje, donde no creo que haya un plano que supere los diez segundos. En el fondo, Berger no confía del todo en su historia, en su apuesta, por lo que no se atreve a mirarla quieta, fijamente, como él mismo dice que se mira a un toro. Así que se compensa a sí mismo con su cámara nerviosa, con su técnica nerviosa, con su homenaje al expresionismo alemán, el cual deslumbra a los gafapastas y culturetas y los deja exudando esa felicidad empollona de haber reconocido el modelo, (tantas horas de emule van quedando compensadas). En fin, Berger se da tal empacho de planificación que, en más de una ocasión, se salta los ejes, o falla en las elipsis, como advierte el sagaz Lord Margok. Quizá sea problema mío, pero todo me suena a narcisismo huero, a juguete virtuoso de director para director, (aunque también es verdad que casi es un videoclip que podría realizar cualquier estudiante moderno del último año de carrera de audiovisuales).
Aunque el guión es muy flojo, quizá todo sería más auténtico si Berger hubiera bebido más serena y meditadamente en otra fuente no confesa de la película, (y quizá inconsciente), a la que aspira espiritualmente: el expresionismo castellano, (y andaluz, aunque menos), de Solana y Zuloaga, quienes también fueron toreros. Recuerdo en sus cuadros, además de toda la parafernalia taurina, esos páramos amarillentos, (reflejados en la película por un blanco y negro que sólo ahí pierde claroscuro), esos campesinos y sus boinas, esa torre románica castellana, (que aquí aparece en medio de Andalucía)… me chirría más algún interior más modernista que andaluz, quizá lo vi mal entre tantos claroscuros. Pero lo que en los dos pintores era desesperación e inmersión en una España negra real, en Berger es excusa cultureta, capricho, veleidad de decorador fashion, (aunque no faltará algún tonto que lo relacione con la crisis). La España negra de Berger es más falsa que el cartón piedra, aunque saque dentaduras con sarro en primerísimos planos, y aunque se inspire, también, en antiguas fotos polvorientas de Andalucía y Castilla, esas que pueblan, por ejemplo, las paredes de algunas tascas sevillanas, (lo que da pistas de lo bien que se lo pasaron planificando). La estética como puro ejercicio, el refrito recreativo como eclecticismo hueco. La vacuidad.

Porque el problema gordo de “Blancanieves” es que, tras sus oropeles técnicos, hay un vacío estúpido, un guión romo, una película muy aburrida. El cuento original de Blancanieves tiene más rugosidades y ambigüedad que lo de Berger, también guionista, que lo único que hace es tremendismo fácil de vez en cuando o, al final, añadir unas gotas de necrofilia de estilo allanpoeniano para que, definitivamente, el asunto parezca para adultos. (Habría que probar si la peli gusta a los niños, no sería descabellado).
No hace falta entrar a matar con spoiler, sólo piensen en tantas escenas que provocan sonrojo, como el aislamiento del torero o la de la manzana. O piensen en la absoluta insustancialidad de casi todos los personajes, incluida Blancanieves adulta, con esas sonrisas bobaliconas de una actriz ñoñísima. De los enanos sólo recordaremos que uno se parecía a Falete, de lo desdibujados que están. Pere Ponce se cree que está, de verdad, en la época del cine mudo y firma un trabajo ridículo. Josep Maria Pou homenajea, pomposo, más a Eric Campbell, el gordo de las películas de Chaplin que al Emil Jannings de Fausto. Maribel Verdú está menos apetecible desde que se ha “pomulizado”, y se limita a repetirse, (buf, pobre, se la ve divertida y creyéndose su papel). En cuanto a Ángela Molina, la peor actriz del mundo, se convierte en una gárgola histriónica difícil de mirar y de aguantar, y sólo puedo decir que la no pretendidamente hilarante escena de su muerte compite en patetismo con alguna de las últimas chorradas de Almodóvar.
Podríamos añadir muchas cosas, (por ejemplo, ¿qué opinarán los taurinos de aprender en un salón como único ensayo antes de lanzarse al ruedo real?). O podríamos denunciar la inutilidad de tantos cartelitos como aparecen, (otra prueba de poca confianza). Pero nos despedimos con la excelente reflexión de Paco, otro de los críticos de esta página, quien se atreve a desenmascarar, aún más que yo, al gafapastismo que aclama sólo por el blanco y negro y la mudez: “el supuesto riesgo de acometer una empresa de este estilo es suficiente para que haya un prejuicio masivamente favorable por la película”. Si es así, es esnobismo en estado puro. Como la propia cinta.
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