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España España · santiago de compostela
Voto de berenice:
6
Drama Con sólo catorce años, Antoine Doinel se ve obligado no sólo a ser testigo de los problemas conyugales de sus padres, sino también a soportar las exigencias de un severo profesor. Un día, asustado porque no ha cumplido un castigo impuesto por el maestro, decide hacer novillos con su amigo René. Inesperadamente, ve a su madre en compañía de otro hombre; la culpa y el miedo lo arrastran a una serie de mentiras que poco a poco van calando ... [+]
27 de febrero de 2013
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
A) Qué egoístas son los adultos. Condenan la poesía inocente que late en todo niño. Aunque el niño tenga un enorme caballo disecado en la habitación, propicio para soñar.

B) Qué estúpidos profesores, perdidos en sus métodos caducos, sin actualizar pedagógicamente. Castran cualquier alada espontaneidad.

C) Maldito sistema opresor; los años cincuenta eran malos tiempos para Tom Sawyer.

D) Grandes poetas contemporáneos, (rebeldes a los que no ha ido mal), Luis Eduardo Aute, Cristina Rosenvinge y Joaquín Sabina comprendieron A, B y C.

No sufra el amante de la película ni su espectador futuro al leer las tres premisas A, B y C. No estamos ante cine de tesis, ni de denuncia, ni siquiera neorrealista, aunque a veces lo parezca.

Lo mejor con diferencia de esta película es Truffaut, quien no podía sospechar de ningún modo que, quizá, su antihéroe adolescente era un perfecto gilipollas. Es verdad que los personajes de la película no se aman, e incluso se odian, pero no hay odio hacia nadie en su cámara, ni siquiera hacia los maestros. Hay amor para todos, pocas ganas de juzgar a nadie y poco efectismo maniqueo de buenos y malos. Y, para el protagonista, hay una ternura infinita, que es el buen poso innegable que deja una película bastante envejecida en fondo y forma. Por ahí, por la ternura, a veces, conmueve. Además, ¡si el rebelde es una joya!: baja la basura, recoge la mesa, nunca contesta mal a nadie...

Por cierto, queda también un París destartalado y pacífico. Notable retrato de una ciudad que siempre suele ser un saco de estereotipos cinematográficos.

Omitiremos cualquier referencia a las aulas actuales, al menos las españolas, donde Doinel tampoco pasaría desapercibido: ¡lee a Balzac!

Dejo una pregunta inquietante: ¿qué pasa con los “doineles” que sí han tenido amor en casa y aulas coeducadas, ecologistas e inteligentemente emocionales pero queman indigentes en ratos aburridos del fin de semana? Es muy probable que, cuando filmó Truffaut, los adolescentes fueran los mismos que en la época de Cicerón y que en la nuestra. Pero me pregunto cuántas tontunas hemos añadido los adultos a su educación actual.
berenice
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