Mea culpa. Me autoconvencí antes de verla de que me iba a gustar, de que presenciaría algo memorable, algo único y difícil de olvidar. Bien, diferente la película sí que es, desde luego, pero en el mal sentido de la palabra, para mi gusto. Partimos de una historia curiosa de cuando Tarantino aún no tenía un nombre sólido con que encarrilar sus proyectos fílmicos. Y es una lástima, porque en otras manos la cosa podría haber resultado ciertamente interesante.

Si bien la cinta arranca de forma poderosa y atrapante, el estilo imprimido por Stone (al parecer, SU estilo, ni más ni menos) se me antoja bastante mareante. Es decir, primero descoloca y hasta cierto punto hechiza, pero más tarde aturde y colapsa de manera soberana. Y me jode, no crean que no, porque hay escenas e imágenes realmente conseguidas, hay auténticas virguerías técnicas que supondrían un orgasmo a más de uno. Todo un banquete visual; una orgía de planos, filtros, colores, movimientos de cámara y demás que, de no ser por su reiteración, compondrían un cuadro muy digno de verse. Ni qué decir tiene que al final la cosa me resbala, sólo quiero volver a pisar tierra y cerrar los ojos.

Por otro lado, los actores lo hacen bastante bien, destacando entre el histriónico elenco un Tommy Lee Jones completamente fuera de sí, al que parece que en cualquier momento vaya a darle un infarto. Risas inesperadas gracias a él -se agradecen-.

En cuanto a la crítica a la violenta sociedad en que vivimos y la naturalidad con que se trata, despojándola de toda su aura negativa, y la incursión de los mass media liderados por la Tv en el campo de la truculencia para ganar audiencias, decir que me habría interesado, de haberse tratado con algo más de calma y coherencia, y sobre todo, con algo menos de epilepsia en el montaje. Pasable.