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España España · León
Voto de jvalle:
7
Bélico. Drama En 1937, durante la segunda guerra chino-japonesa, John (Christian Bale), un maquillador de cadáveres, llega a una iglesia católica de Nankín para preparar al párroco antes de su entierro. Las terribles acciones del ejército invasor japonés lo convierten a su pesar en protector de las alumnas de un convento y de las prostitutas de un burdel cercano. Tendrá entonces la oportunidad de saber qué significan el sacrificio y el sentido del ... [+]
21 de marzo de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La genialidad supone ir más allá de lo convencional, crear o inventar cosas nuevas y admirables que sorprendan al resto por su belleza, su ingenio, su forma o su contenido. Jonathan Swift decía que cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él. Así, la genialidad casi siempre ha sido sinónimo de marginación o desprecio. Y su destino suele ser la incomprensión. La figura del genio siempre se ha caracterizado por no dejar nunca indiferente a nadie, gracias a esa irregularidad que le distingue y que hace que oscile continuamente entre la mediocridad y la brillantez, entre el fracaso estrepitoso y el éxito absoluto. Pero pronto la admiración se convierte en fanatismo y la indiferencia en odio acérrimo. Y eso hace muy difícil la objetividad cuando se trata de comentar la obra de un genio.

Lamentablemente, la mediocridad parece haberse impuesto a la brillantez y la capacidad de reinventarse de los genios del séptimo arte ha decaído recientemente. El poeta inglés Coleridge seguía un buen criterio para medir al genio: “observar si progresa o solo da vueltas sobre sí mismo”. Y buenos ejemplos de esto último son Pedro Almodóvar en Los amantes pasajeros, Quentin Tarantino en Django desencadenado o el propio Zhang Yimou en Las flores de la guerra.


Basada en la aclamada novela de Geling Yan, la historia presenta a un grupo de estudiantes católicas que huyen por las devastadas calles de Nanging del ejército japonés, que está asediando la ciudad. Las niñas se refugian en la parroquia de Santa María Magdalena, hasta donde llega el mujeriego y aficionado al alcohol y el dinero John Miller, encargado de dar un entierro digno al anterior sacerdote. La casa de Dios también dará cobijo, en absoluto secreto, a un grupo de prostitutas de un famoso burdel local.

La última película del director de La casa de las dagas voladoras o Hero navega constantemente entre lo elegante y lo ridículo, entre lo excelente y lo insuficiente. La interpretación de Christian Bale no convence, muchas veces roza la sobreactuación y la progresiva transformación de su moral resulta demasiado artificiosa. Zhang Yimou es incapaz de construir una estructura estable y que dé ritmo a una historia que parece estancarse por momentos. Pero aunque esté más cerca de las obras menores del director, como la tediosa y excesiva La maldición de la flor dorada, Las flores de la guerra no es, ni mucho menos, una mala película.

Yimou se maneja bien tras la cámara, regalando escenas de enorme belleza y originalidad que recuerdan a una de sus obras maestras, la preciosa El camino a casa. La seducción de Yu Mo –interpretada por una excelente Ni Ni- a John Miller, dejando la marca de sus labios en un cuenco de porcelana y sorbiendo él por el mismo lugar; las niñas refugiándose del asedio en la biblioteca de la iglesia, apilando libros contra las puertas, lo que se torna en una poderosa metáfora; la resistencia del último soldado chino ante los japoneses, en una increíble explosión final de colores; o ese rosetón por el que mira la niña protagonista de la historia y que constituye el único contacto con el exterior de la iglesia –y también la única luz entre tanta oscuridad- durante gran parte de la película, justifican el visionado de Las flores de la guerra.

El colorido de los vestidos y maquillaje de las trece mujeres de Nanging contrasta con una fotografía oscura y sombría y una realista y lograda dirección artística que reflejan a la perfección la destrucción ocasionada por el horror de la guerra, pero también se convierte en una poderosa metáfora visual en la que la eterna bondad y belleza de estas mujeres acaba triunfando sobre la oscuridad, el miedo y la desesperación. Aunque Las flores de la guerra no pretende ser un alegato antibélico ni una preciosa historia de amor, sí muestra la fortaleza del espíritu humano, capaz de dar lo mejor de sí mismo incluso en las situaciones más extremas y difíciles –el sacrificio final de las mujeres y del jovencísimo ayudante del párroco-, pero también de realizar las mayores atrocidades –la violación de las prostitutas por los japoneses-.

La cinta se sostiene gracias a su humana y conmovedora historia y a la belleza de buena parte de sus imágenes, acompañadas por una hermosa banda sonora de tintes orientales. Pero un relato basado en la valentía, el honor y la moral, en manos de uno de los mejores directores asiáticos de las últimas dos décadas –con permiso de Ang Lee-, podría haberse convertido en una película totalmente épica e inolvidable. La sensación final es de decepción e irregularidad, pero también de brillantez y sincera emoción. Cosas de genios.
jvalle
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