La conspiración ha fallado. La velocidad de las huídas es en realidad precipitación. Dos personas normales de la calle, hombre y mujer, son elegidos para una huida a mil por hora y Caruso (el cineasta, no el tenor) estima que ya por eso la pareja son un portento de reflejos, de fuerza física inagotable, de rápidez de decisión y con una capacidad equivalente a la del mejor agente del FBI, ¡no, que va! Iguales al mismísimo 007 luchando contra todos mientras desactiva una bomba atómica delante del Presidente de EEUU justo a los 007 segundos de su explosión.
Atravesarán brazos mecánicos de pesadilla, volarán, las balas les silbarán por encima de sus cabezas y terminarán besándose como dos protagonistas de cualquier peli de acción americana, bien hecha. Qué bien hacen estos tíos los finales.
Y total, era una madre de ir a trabajar a diario y llevar al niño al cole; y el otro un colgadillo de cañitas todos los días, fumeque y partidita de mus.
Después de todo el festival de golpes, disparos y explosiones consiguen emocionar con detalles tan inteligentes como el cuadrito del héroe muerto por una máquina controladora, el policía héroe de la Patria muerto en acto de servicio, el padre por fin orgulloso de su hijo, el hijo con su medalla al mérito al lado del Presidente, que no sabemos cómo ha soportado el impacto de media docena de balas en su cuerpo pero que es lo mismo, el niño feliz al final con su madre... Y ella y él, frente a frente... iniciando la fusión inevitable con el beso por llegar. Después de la tempestad viene la calma. Final emocionante. Lo que pasa es que... la conspiración había pasado, el pánico también con tanta leche y la emoción no emociona.
Lástima; pero la idea era buena. El control del ciudadano indefenso ante la maquinaria policial, ante las bases de datos, ante Hacienda, ante los controles de velocidad, ante la vigilancia y las escuchas... ¿Es seguro el control? ¿Quién controla al control?
Mejor dejarlo ya porque podemos desvariar.