'Mystic River' es como las cebollas. ¿Apesta? No, tiene capas. En la más superficial se vislumbra una atractiva intriga policiaca sobre la investigación de un brutal crimen en Boston, terreno que Eastwood maneja con destreza en obras menores como Deuda de Sangre. Bajo ese barniz de thriller, el guión de Bryan Helgeland (y la novela de Dennis Lehane) indagan en lo que hay detrás de una investigación policial: lo que sufre la familia de la víctima, la implicación personal de un detective, la presión a la que es sometido el principal sospechoso.

Y si aún rascamos más la superficie encontraremos reflexiones sobre la emergencia del pasado y empezamos a vislumbrar dilemas morales que confrontan la lealtad a la justicia. Hay quien acusa a 'Mystic River' de dudosa moralidad, pero Eastwood es lo suficientemente inteligente para dejarnos decidir, para que nosotros juzguemos ese cruce de miradas y gestos de Sean Penn y Kevin Bacon en la secuencia final, que no es casual que se desarrolle en un desfile del 4 de julio... y en un país en el que desde su fundación la violencia se subsana con más violencia.

Lo que hace verdaderamente grande a 'Mystic River' es que funciona en todos esos niveles, además de estar interpretada con brillantez (el dolor y rabia que transmite Sean Penn, el desencanto de Kevin Bacon, el lúcido desequilibrio de Tim Robbins, el miedo de Marcia Gay Harden, el egoísmo de Lauran Linney, el escepticismo de Laurence Fishburne) y dirigida con maestría, con sutileza (es sublime el desasosiego que crea de manera tan sutil en la primera secuencia hasta que el joven Dave es obligado a subir al coche, o el clímax en el que narra simultáneamente la equivocada venganza de Sean Penn y la auténtica resolución del caso).

Por su calidad cinematográfica y su complejidad conceptual 'Mystic River' es una obra maestra.