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Voto de Vivoleyendo:
10
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10
6.6
5,676
25 de agosto de 2008
25 de agosto de 2008
92 de 107 usuarios han encontrado esta crítica útil
Louis Malle consiguió plasmar en la pantalla uno de los grandes dramas románticos de los noventa, surgido a partir de la novela homónima de Josephine Hart.
Rezumando un tórrido erotismo y una sensualidad desbordante, una tristeza ilimitada, una aplastante culpa y una desolación abrasadora, este drama acerca de lo inevitable arrastra, abofetea y golpea.
Nos coloca delante de los ojos una verdad que tanto nos cuesta asumir: no podemos controlar casi nada. Nos empeñamos en organizarnos, en planificar el futuro, en fabricar nuestro mundo propio, y creemos ilusoriamente que ejercemos el control de las variables. A menudo vivimos en un castillo de cristal construido en el aire, confiados y seguros del porvenir. No queremos percatarnos de que todo eso no es más que humo atrapado en una botella, y es una botella muy frágil. Basta un leve golpe para romperla y dejar escapar el humo que hay dentro.
Y ese humo somos nosotros. Todo lo que somos y lo que que construimos.
Nunca deberíamos olvidarlo.
Pero lo olvidamos continuamente.
Stephen Fleming es un político de prestigio, tiene una familia adorable, vive confortablemente en una casa magnífica. Su vida está perfectamente encauzada. Marido y padre atento (pero un poco distante y demasiado formal), brillante en su carrera política. Ordenado e intachable.
Hasta que aparece la novia de su hijo Martyn. Una Juliette Binoche que derretiría hasta las piedras. Hermosa, sensual, con un magnetismo animal que atrae sin remedio al hasta entonces comedido Stephen.
Ella es oscura y porta heridas incurables. Melancólica, silenciosa, enigmática. Ardiente e insaciable. Entre ella y Stephen el calor se puede cortar. En Martyn, ella busca un hogar, amor duradero, estabilidad. Stephen es su lado más primitivo y salvaje, es la sexualidad extrema y desenfrenada, su desfogue, como ella lo es también para él. Con Martyn, Anna trata de huir de sus fantasmas. Con Stephen, se los encuentra cara a cara y disfruta dolorosamente del placer prohibido.
Porque nadie puede huir de sus fantasmas.
Para Stephen, Anna es la pasión desbocada que descubre por primera vez. Es obsesión, enfermedad, contagio, veneno, placer infinito, culpa y condena. Como la marea contra la que no se puede luchar. Incluso aunque lo intente. No puede.
Una inexorable caída repleta de tensión sexual, de actos culpables, de sufrimiento y de disimulos, en la que se huelen y se palpan la amenaza y la fatalidad.
Tremenda, desgarradora, impactante e inolvidable historia de una pasión desgraciada, que se cobra su elevado precio.
Porque a veces perdemos la cabeza y los sentidos por completo y lo arriesgamos todo a la carta prohibida.
Incluso aunque sepamos que podríamos perderlo todo. O quizás no queremos ser conscientes de ello. Cerramos los ojos por un instante de placer supremo y olvidamos todo lo demás.
Sin querer pensar en lo que viene después.
Rezumando un tórrido erotismo y una sensualidad desbordante, una tristeza ilimitada, una aplastante culpa y una desolación abrasadora, este drama acerca de lo inevitable arrastra, abofetea y golpea.
Nos coloca delante de los ojos una verdad que tanto nos cuesta asumir: no podemos controlar casi nada. Nos empeñamos en organizarnos, en planificar el futuro, en fabricar nuestro mundo propio, y creemos ilusoriamente que ejercemos el control de las variables. A menudo vivimos en un castillo de cristal construido en el aire, confiados y seguros del porvenir. No queremos percatarnos de que todo eso no es más que humo atrapado en una botella, y es una botella muy frágil. Basta un leve golpe para romperla y dejar escapar el humo que hay dentro.
Y ese humo somos nosotros. Todo lo que somos y lo que que construimos.
Nunca deberíamos olvidarlo.
Pero lo olvidamos continuamente.
Stephen Fleming es un político de prestigio, tiene una familia adorable, vive confortablemente en una casa magnífica. Su vida está perfectamente encauzada. Marido y padre atento (pero un poco distante y demasiado formal), brillante en su carrera política. Ordenado e intachable.
Hasta que aparece la novia de su hijo Martyn. Una Juliette Binoche que derretiría hasta las piedras. Hermosa, sensual, con un magnetismo animal que atrae sin remedio al hasta entonces comedido Stephen.
Ella es oscura y porta heridas incurables. Melancólica, silenciosa, enigmática. Ardiente e insaciable. Entre ella y Stephen el calor se puede cortar. En Martyn, ella busca un hogar, amor duradero, estabilidad. Stephen es su lado más primitivo y salvaje, es la sexualidad extrema y desenfrenada, su desfogue, como ella lo es también para él. Con Martyn, Anna trata de huir de sus fantasmas. Con Stephen, se los encuentra cara a cara y disfruta dolorosamente del placer prohibido.
Porque nadie puede huir de sus fantasmas.
Para Stephen, Anna es la pasión desbocada que descubre por primera vez. Es obsesión, enfermedad, contagio, veneno, placer infinito, culpa y condena. Como la marea contra la que no se puede luchar. Incluso aunque lo intente. No puede.
Una inexorable caída repleta de tensión sexual, de actos culpables, de sufrimiento y de disimulos, en la que se huelen y se palpan la amenaza y la fatalidad.
Tremenda, desgarradora, impactante e inolvidable historia de una pasión desgraciada, que se cobra su elevado precio.
Porque a veces perdemos la cabeza y los sentidos por completo y lo arriesgamos todo a la carta prohibida.
Incluso aunque sepamos que podríamos perderlo todo. O quizás no queremos ser conscientes de ello. Cerramos los ojos por un instante de placer supremo y olvidamos todo lo demás.
Sin querer pensar en lo que viene después.