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Voto de Vivoleyendo:
7
Voto de Vivoleyendo:
7
Romance. Drama En la época de la Gran Depresión, Jacob, un joven estudiante de veterinaria de orige polaco, decide dejar sus estudios tras la muerte de sus padres en un accidente. Tras vagabundear y subirse a un tren de polizón, Jacob empieza entonces a trabajar en el circo de los hermanos Benzini como veterinario. El joven se enamora de Marlena, una amazona que está casada con August, el dueño del circo, un hombre tan carismático como retorcido... ... [+]
15 de septiembre de 2011
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última vez que fui a un circo, hace unos seis años, lo hice para acompañar a mi primo pequeño, el cual ignoraba aún la experiencia de visitar una pintoresca carpa de lona en la que se desarrollaba una función que, al menos según lo que yo viví, los niños no debían perderse.
Sabía que los circos se encuentran en declive hace mucho ya, pero no esperaba un espectáculo tan desvencijado y falto de ese resplandor único que aún en mis años de niñez se apreciaba en las más prósperas compañías que peinaban la geografía nacional. Nombres como “Circo Nacional de Japón” u otras denominaciones igualmente exóticas eran sinónimo de calidad. El maestro de ceremonias daba el pego, los payasos no se veían raídos y cansados, los animales eran espléndidos, los domadores se ganaban una admiración rendida, los equilibristas, trapecistas y contorsionistas realizaban números verdaderamente arriesgados, de los que te secaban la garganta porque se te quedaba la boca abierta. Las gradas casi se combaban bajo el peso de un público numeroso y agradecido, y todo resonaba con las risas, los aplausos y las exclamaciones de asombro. Ya el sufrido mundillo del espectáculo ambulante arrastraba una larga crisis, pero se resistía a dejar atrás el fulgor de los focos y de los trajes de fantasía.
Supe que el circo había muerto cuando acudí con mi primo a aquella función apolillada, en la que como mucho contaban con tres o cuatro empleados multiusos, que salían a representar distintos números disfrazados cada vez de forma distinta, pero así y todo se veía que eran los mismos cuatro gatos, y eso de entrada ya le restaba encanto, sobre todo si lo que hacían no pasaba de unas pocas actuaciones de humor trillado, contorsionismo y equilibrismo sin demasiada imaginación, y la exhibición de focas y perritos que habían aprendido cinco o seis monerías. Más que disfrutar, me dio pena que esos nómadas llevaran una vida tan dura para terminar así. Pero lo que más lástima me dio fue el elefante. Era muy viejo, tenía la piel ajada y las articulaciones de las patas muy desgastadas por las continuas y difíciles posturas, para un animal de semejante tamaño y peso, que debía adoptar.
No he vuelto más al circo.
Esta película nos retrotrae a cuando la ilusión era de verdad. A cuando los espectadores menudos y mayores íbamos sin tener todavía conciencia de lo sacrificada que es la profesión de los que sonríen bajo los focos mientras efectúan un salto mortal sobre un trapecio, caminan sobre una cuerda suspendida a veinte metros de altura, se introducen en una jaula llena de fieras, mantienen en equilibrio docenas de platos, arrancan carcajadas, sacan conejos de una chistera o montan animales con gran destreza. Porque ellos hacían creer que todo era felicidad, alegría, música y magia, que detrás de sus vestidos de colorines, el profuso maquillaje y las poses ágiles existía un mundo de alfombra roja. Nada más lejos de la realidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Eso consigue “Agua para elefantes”. Que veamos el circo por fuera y por dentro, sobre todo por dentro, y que comprendamos por qué el sortilegio funcionaba. Por qué la gente acudía en masa en los tiempos oscuros de la Gran Depresión. Y cuánta miseria se acumulaba detrás de la lona, donde el público no miraba.
Bienvenidos al mayor espectáculo del mundo, narrado por Jacob Jankowski a través de sus memorias de joven veterinario errante que se cruzó con la compañía de los Benzini Brothers, como se podía haber cruzado con el Circo Nacional de Japón o con cualquiera de nombre rimbombante, y su cuadrilla de artistas de toda condición.
Un relato entretenido, gentilmente nostálgico y melancólico, suavemente romántico y cargado de sabor al polvo del camino, al sudor del trabajo exigente, al apaleamiento de la crueldad y al olor de las ilusiones.
Porque todo es ilusión, todo es lo que queremos ver, es engañarse a sabiendas y soñar con algo más bonito y rutilante.
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