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6.9
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Drama
Película biográfica sobre el célebre pintor holandés. En 1642, habiendo alcanzado la cima de la fama, muere repentinamente su adorada esposa. Desde entonces su pintura es más oscura, pesimista y dramática, lo que disgusta a sus mecenas. En 1656 Rembrandt está arruinado, pero se consuela con la compañía de la bella Hendrickje, con la que no llega a casarse. Sin embargo esta relación extraconyugal lo condena al ostracismo, aunque también ... [+]
4 de mayo de 2010
4 de mayo de 2010
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669) fue el pintor más grande que ha parido el país de los tulipanes y de los canales. Sus obras perpetúan más allá del tiempo la conmovedora humanidad de un artista para quien el pincel era una prolongación natural de la mano y del alma.
Alexander Korda dirigió a un sobresaliente Charles Laughton en una caracterización que no retrata al genio, sino al hombre apasionado con su carga de alegrías y penas.
La acción arranca justo en el comienzo de su declive en todos los sentidos. La muerte de su amada Saskia, con la que mantuvo un matrimonio repleto de amor, entrega y prosperidad, supuso un golpe que no pudo superar. Entristecido y sombrío, transmitió a sus lienzos sus querellas con la caprichosa Providencia. Su arte se resintió y muchos de sus clientes dejaron de estar satisfechos con sus obras, en las que no se privaba de desnudar con excesiva franqueza los defectos humanos. Trabajaba sobre todo para sí mismo, sin buscar la complacencia de sus potenciales compradores.
Su estilo de vida despilfarrador, sumado al descenso notorio de su popularidad, lo condujeron a las deudas. A su lado permanecía fielmente su hijo Titus, y aparecería en escena su último amor, la empleada de hogar Hendrickje Stoffels, con la que no se casó. Entre los tres lograrían componer un hogar, si no muy boyante, al menos sí lleno de armonía.
Charles Laughton encarna a un soberbio Rembrandt. Se notan a la legua las tablas de un actor que podía estremecer a la audiencia con unas pocas frases. La introspección en la personalidad visceral e intensa del pintor holandés desarma con su pasión y su autenticidad. No porque una piense que se amolde con gran fidelidad a la forma de ser del pintor, que una no está en condiciones de afirmarlo, sino porque desprende una naturalidad que deshace cualquier prevención o cualquier aviso de artificiosidad. Laughton hace suyo el personaje, lo adapta a su propio ser, tanto como él se adapta al personaje. Toma prestada con gran reverencia, sencillez y profundidad una identidad a la que colma de viveza. A ello contribuye el detalle de que en la película no se prioriza exhibir las obras del artista. Creo que como mucho se aprecia una de ellas, de su etapa amarga, recién fallecida su querida Saskia. Las demás nunca se ven. Con ello supongo que es evidente que el director no buscaba enseñar lo que cualquiera puede contemplar en los museos, en fotos o en imágenes donde se expongan las creaciones de Rembrandt. Buscaba una mirada benévola y colmada de simpatía hacia el hombre alegre, triste, ocurrente, reflexivo, romántico, irónico, dulce y pasional que recibió muchos reveses, muchos malos tragos, y que supo saborear los instantes felices.
Laughton, sin que nos demos cuenta, se sale de la pantalla para rozar el corazón con la mano.
Alexander Korda dirigió a un sobresaliente Charles Laughton en una caracterización que no retrata al genio, sino al hombre apasionado con su carga de alegrías y penas.
La acción arranca justo en el comienzo de su declive en todos los sentidos. La muerte de su amada Saskia, con la que mantuvo un matrimonio repleto de amor, entrega y prosperidad, supuso un golpe que no pudo superar. Entristecido y sombrío, transmitió a sus lienzos sus querellas con la caprichosa Providencia. Su arte se resintió y muchos de sus clientes dejaron de estar satisfechos con sus obras, en las que no se privaba de desnudar con excesiva franqueza los defectos humanos. Trabajaba sobre todo para sí mismo, sin buscar la complacencia de sus potenciales compradores.
Su estilo de vida despilfarrador, sumado al descenso notorio de su popularidad, lo condujeron a las deudas. A su lado permanecía fielmente su hijo Titus, y aparecería en escena su último amor, la empleada de hogar Hendrickje Stoffels, con la que no se casó. Entre los tres lograrían componer un hogar, si no muy boyante, al menos sí lleno de armonía.
Charles Laughton encarna a un soberbio Rembrandt. Se notan a la legua las tablas de un actor que podía estremecer a la audiencia con unas pocas frases. La introspección en la personalidad visceral e intensa del pintor holandés desarma con su pasión y su autenticidad. No porque una piense que se amolde con gran fidelidad a la forma de ser del pintor, que una no está en condiciones de afirmarlo, sino porque desprende una naturalidad que deshace cualquier prevención o cualquier aviso de artificiosidad. Laughton hace suyo el personaje, lo adapta a su propio ser, tanto como él se adapta al personaje. Toma prestada con gran reverencia, sencillez y profundidad una identidad a la que colma de viveza. A ello contribuye el detalle de que en la película no se prioriza exhibir las obras del artista. Creo que como mucho se aprecia una de ellas, de su etapa amarga, recién fallecida su querida Saskia. Las demás nunca se ven. Con ello supongo que es evidente que el director no buscaba enseñar lo que cualquiera puede contemplar en los museos, en fotos o en imágenes donde se expongan las creaciones de Rembrandt. Buscaba una mirada benévola y colmada de simpatía hacia el hombre alegre, triste, ocurrente, reflexivo, romántico, irónico, dulce y pasional que recibió muchos reveses, muchos malos tragos, y que supo saborear los instantes felices.
Laughton, sin que nos demos cuenta, se sale de la pantalla para rozar el corazón con la mano.