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Documental
"L'Arrivée d'un train à La Ciotat" es sin duda uno de los filmes más famosos de la historia. La imagen de un tren llegando a una estación, pasando muy cerca de la cámara mientras reduce la velocidad, se convirtió rápidamente en una escena absolutamente icónica de esa curiosidad de reciente invención llamada "cinematógrafo". (FILMAFFINITY)
28 de junio de 2011
28 de junio de 2011
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imaginemos a dos niños que han inventado un artilugio y, en la euforia de la novedad, se ponen a experimentar con él.
Los Lumière eran como esos niños. Tan ilusionados con su nuevo aparato, que se iban a probarlo al primer sitio que se les ocurría, como una estación de tren. Los pasajeros que suben y bajan a los vagones y transitan por el andén parecen extras consumados, dada la naturalidad con la que se mueven delante del objetivo. No sé si la mayoría eran conscientes de que aquella máquina los estaba filmando, o si sabían siquiera para qué servía eso. Pero sí es obvio que se contaron entre los primeros actores amateurs.
Hasta que se fueron desarrollando trucos para añadir efectos especiales, lo cual ampliaba ilimitadamente las posibilidades para no estar restringidos a rodar directamente de la realidad, los hermanos franceses, escudriñando las propiedades y usos del celuloide, acudían a espacios abiertos llenos de gente y registraban algunos metros de película.
Era toda una proeza. Un minuto de imagen en 1896 era algo impagable, milagroso.
Los Lumière eran como esos niños. Tan ilusionados con su nuevo aparato, que se iban a probarlo al primer sitio que se les ocurría, como una estación de tren. Los pasajeros que suben y bajan a los vagones y transitan por el andén parecen extras consumados, dada la naturalidad con la que se mueven delante del objetivo. No sé si la mayoría eran conscientes de que aquella máquina los estaba filmando, o si sabían siquiera para qué servía eso. Pero sí es obvio que se contaron entre los primeros actores amateurs.
Hasta que se fueron desarrollando trucos para añadir efectos especiales, lo cual ampliaba ilimitadamente las posibilidades para no estar restringidos a rodar directamente de la realidad, los hermanos franceses, escudriñando las propiedades y usos del celuloide, acudían a espacios abiertos llenos de gente y registraban algunos metros de película.
Era toda una proeza. Un minuto de imagen en 1896 era algo impagable, milagroso.