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Voto de Vivoleyendo:
10

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10
8.6
33,793
17 de febrero de 2008
17 de febrero de 2008
35 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué puedo yo decir ya sobre el más grande icono romántico, tierno, pícaro, vapuleado, alegre y, ante todo, sensible que ha encandilado al público durante casi noventa años?
Verdaderas joyas de la industria de Hollywood nos dejó aquel mago de la ilusión, reliquias que figuran entre las más valiosas que se han filmado.
Ese hombre de corazón inmenso, de espíritu inmortalizado a través de sus creaciones, dotado de una sensibilidad artística fuera de lo común, nos legó para siempre uno de los personajes más queridos y aclamados de la historia del cine: Charlot. Paradigma del vagabundo eterno, del sin techo cuya casa está en todas partes y en ninguna, hombrecillo de apariencia frágil y humilde, pillo redomado que usa sus inofensivas tretas para ir tirando a remolque de una sociedad acelerada e industrializada en la que no encaja. Como un ángel caído a la tierra que haya adoptado la forma de un hombrecillo insignificante, rezuma una dignidad inquebrantable pese a su aspecto casi siempre lastimoso, una bondad que es su bandera, una habilidad especial para meterse en líos, embrollos y malentendidos, y sobre todo, un corazón sensible que sueña con el amor verdadero.
Pequeño héroe urbano que, con un discreto, modesto y casi imperceptible gesto es capaz de realizar la mayor hazaña de todas: darlo todo por otro ser humano. Pequeño antihéroe zarandeado pero que nunca pierde la sonrisa. Y que está dispuesto a dar todo lo que no tiene si el premio es la felicidad de esa mujer a la que ama en silencio.
Este largometraje mudo es uno de los más bellos melodramas cómicos románticos que se puedan encontrar en las videotecas. Una de las más sublimes historias de amor que alguien haya tenido el acierto de rodar.
Con una delicadeza inigualable, Charlot se inmortalizó como el galán romántico por excelencia, capaz de ganarse el amor de su amada sin poseer belleza física, ni dinero, ni posición social. Simplemente con la sinceridad de sus sentimientos, con su amabilidad innata, sus tiernos modales, su alegría contagiosa y la certeza de que, pese a las dificultades, siempre va a ganar la batalla a las miserias cotidianas, remontándose por encima de ellas porque posee una luz especial que lo eleva. Así, al final de cada día el héroe anónimo que hay en él habrá ganado, una vez más, la partida, si en ese día ha logrado poner un poco más de amor en su vida gris.
El pobretón callejero que quiere ayudar a la bella y también pobre florista invidente a recobrar la luz de sus ojos... Nunca se ha vuelto, ni se volverá a crear, una maravilla semejante.
Verdaderas joyas de la industria de Hollywood nos dejó aquel mago de la ilusión, reliquias que figuran entre las más valiosas que se han filmado.
Ese hombre de corazón inmenso, de espíritu inmortalizado a través de sus creaciones, dotado de una sensibilidad artística fuera de lo común, nos legó para siempre uno de los personajes más queridos y aclamados de la historia del cine: Charlot. Paradigma del vagabundo eterno, del sin techo cuya casa está en todas partes y en ninguna, hombrecillo de apariencia frágil y humilde, pillo redomado que usa sus inofensivas tretas para ir tirando a remolque de una sociedad acelerada e industrializada en la que no encaja. Como un ángel caído a la tierra que haya adoptado la forma de un hombrecillo insignificante, rezuma una dignidad inquebrantable pese a su aspecto casi siempre lastimoso, una bondad que es su bandera, una habilidad especial para meterse en líos, embrollos y malentendidos, y sobre todo, un corazón sensible que sueña con el amor verdadero.
Pequeño héroe urbano que, con un discreto, modesto y casi imperceptible gesto es capaz de realizar la mayor hazaña de todas: darlo todo por otro ser humano. Pequeño antihéroe zarandeado pero que nunca pierde la sonrisa. Y que está dispuesto a dar todo lo que no tiene si el premio es la felicidad de esa mujer a la que ama en silencio.
Este largometraje mudo es uno de los más bellos melodramas cómicos románticos que se puedan encontrar en las videotecas. Una de las más sublimes historias de amor que alguien haya tenido el acierto de rodar.
Con una delicadeza inigualable, Charlot se inmortalizó como el galán romántico por excelencia, capaz de ganarse el amor de su amada sin poseer belleza física, ni dinero, ni posición social. Simplemente con la sinceridad de sus sentimientos, con su amabilidad innata, sus tiernos modales, su alegría contagiosa y la certeza de que, pese a las dificultades, siempre va a ganar la batalla a las miserias cotidianas, remontándose por encima de ellas porque posee una luz especial que lo eleva. Así, al final de cada día el héroe anónimo que hay en él habrá ganado, una vez más, la partida, si en ese día ha logrado poner un poco más de amor en su vida gris.
El pobretón callejero que quiere ayudar a la bella y también pobre florista invidente a recobrar la luz de sus ojos... Nunca se ha vuelto, ni se volverá a crear, una maravilla semejante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Simplemente, disfrutar de cada escena en Nueva York, en una época en la que Estados Unidos está sumida en la Gran Depresión tras el crack del 29. El mismo año en que el Empire State Building neoyorquino se elevó a los cielos para la posteridad, época en que la ciudad creció verticalmente de forma espectacular, y la jungla de asfalto ya comenzaba a colapsar calles y avenidas con riadas de tráfico y tribus urbanas, dotando a la ciudad de ese pulso característico.
Contemplar aquella época concreta, los modelos de automóviles en boga, las modas en el vestir y en los peinados, magnates que trataban de salir a flote pese a la depresión y una economía que comenzaba a recuperarse lentamente.
Contraste entre señores y damas elegantes y golfillos y vagabundos callejeros, empleados de banca y abogados de firmas importantes y vendedores ambulantes que recorren las calles para tratar de obtener unas míseras monedas... Noches etílicas de periplos por casas elegantes, restaurantes y fiestas, y mañanas de resaca de crudo regreso a la realidad.
Impecable ambientación, sin duda, inmortalizada por la mejor fotografía que pudiera estilarse por aquel entonces, y las melodías omnipresentes de una orquesta que Chaplin sabía dirigir como un consumado director. Nunca el tema de "La violetera" se ha interpretado con tanta emotividad.
Estas luces nunca se apagarán, y relucirán como recuerdo de unos años dorados que se fueron y no volverán.
Contemplar aquella época concreta, los modelos de automóviles en boga, las modas en el vestir y en los peinados, magnates que trataban de salir a flote pese a la depresión y una economía que comenzaba a recuperarse lentamente.
Contraste entre señores y damas elegantes y golfillos y vagabundos callejeros, empleados de banca y abogados de firmas importantes y vendedores ambulantes que recorren las calles para tratar de obtener unas míseras monedas... Noches etílicas de periplos por casas elegantes, restaurantes y fiestas, y mañanas de resaca de crudo regreso a la realidad.
Impecable ambientación, sin duda, inmortalizada por la mejor fotografía que pudiera estilarse por aquel entonces, y las melodías omnipresentes de una orquesta que Chaplin sabía dirigir como un consumado director. Nunca el tema de "La violetera" se ha interpretado con tanta emotividad.
Estas luces nunca se apagarán, y relucirán como recuerdo de unos años dorados que se fueron y no volverán.