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Voto de Vivoleyendo:
7

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7
6.4
2,812
14 de junio de 2010
14 de junio de 2010
44 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran mito erótico de los cincuenta, Marilyn Monroe (sentada en el trono de los sex-symbols imperecederos), se ganó el aura del triunfo profesional en sus quince años de carrera fílmica. Un brillo que no se prodigó en su vida privada.
Aquella explosiva rubia daba el tipo perfecto para las comedias ligeras de aquella etapa del cine, en papeles de pimpollo dulce de poco cerebro y palmito que quitaba el hipo, como el que interpreta en “Bus Stop”. Ella era la fantasía que los varones de América (y de lo que no era América) se llevaban a la cama por las noches, era el póster pegado en la pared de mozalbetes calenturientos, que lucía sus curvas insinuantes y su rostro de ángel mitad ingenuo, mitad pícaro.
Joshua Logan se sirvió, como otros lo hicieron, del tirón sexual y encantador del objeto de deseo de toda una generación. La colocó en una comedieta romántica que en sí no es para tirar cohetes, pero que no necesita más aval que el hecho de contar con la diva. Quien, la verdad sea dicha, no lo hace nada mal, enternece y despierta simpatía. Sobre todo en una escena de la cafetería en la que se me humedecieron los ojos. Creo que fue entonces cuando la categoría de la película subió desde una comedia corrientita, hasta una comedia dramática digna.
Hasta ese momento, Beau el vaquero era bastante inaguantable (rol excesivo y cargante en su mayor parte), su mentor y protector contrarrestaba el efecto negativo de aquél, y Chérie era una cantante de club nocturno literalmente secuestrada por la tozudez de un muchacho brutote e inocentón que no había conocido mucho más que hombres de campo y reses.
Y llegó la escena en aquella parada del autobús… Y Norma Jeane resplandeció por unos minutos. Sí, lo hizo. Ya no era la rubia algo tontita. Ya no era simplemente el mito erótico. Ahora era una mujer bella de verdad. Más por dentro que por fuera. Y estoy convencida de que ella podía conseguir registros de una hermosura más interior que exterior, y eso que la exterior era como era. Pero ella podía. Quizás por eso siempre me ha despertado respeto. Porque su carita de ángel tenía esas ventanas dulces y frágiles de sus ojos expresivos y tiernos.
Y estoy convencida de que lo era. Aunque ella misma no lo supiera. Aunque ella misma jamás lo hubiese creído.
Un ángel.
Aquella explosiva rubia daba el tipo perfecto para las comedias ligeras de aquella etapa del cine, en papeles de pimpollo dulce de poco cerebro y palmito que quitaba el hipo, como el que interpreta en “Bus Stop”. Ella era la fantasía que los varones de América (y de lo que no era América) se llevaban a la cama por las noches, era el póster pegado en la pared de mozalbetes calenturientos, que lucía sus curvas insinuantes y su rostro de ángel mitad ingenuo, mitad pícaro.
Joshua Logan se sirvió, como otros lo hicieron, del tirón sexual y encantador del objeto de deseo de toda una generación. La colocó en una comedieta romántica que en sí no es para tirar cohetes, pero que no necesita más aval que el hecho de contar con la diva. Quien, la verdad sea dicha, no lo hace nada mal, enternece y despierta simpatía. Sobre todo en una escena de la cafetería en la que se me humedecieron los ojos. Creo que fue entonces cuando la categoría de la película subió desde una comedia corrientita, hasta una comedia dramática digna.
Hasta ese momento, Beau el vaquero era bastante inaguantable (rol excesivo y cargante en su mayor parte), su mentor y protector contrarrestaba el efecto negativo de aquél, y Chérie era una cantante de club nocturno literalmente secuestrada por la tozudez de un muchacho brutote e inocentón que no había conocido mucho más que hombres de campo y reses.
Y llegó la escena en aquella parada del autobús… Y Norma Jeane resplandeció por unos minutos. Sí, lo hizo. Ya no era la rubia algo tontita. Ya no era simplemente el mito erótico. Ahora era una mujer bella de verdad. Más por dentro que por fuera. Y estoy convencida de que ella podía conseguir registros de una hermosura más interior que exterior, y eso que la exterior era como era. Pero ella podía. Quizás por eso siempre me ha despertado respeto. Porque su carita de ángel tenía esas ventanas dulces y frágiles de sus ojos expresivos y tiernos.
Y estoy convencida de que lo era. Aunque ella misma no lo supiera. Aunque ella misma jamás lo hubiese creído.
Un ángel.