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Drama
Nelly y Paul son una pareja feliz. Mientras él dirige el bonito hotel que acaba de comprar en el campo, a orillas de un lago, ella cuida del hijo de ambos. Pero, como Nelly es muy guapa y atrae a todos los clientes del hotel, Paul, dominado por unos celos incontrolados y obsesivos, llega a creer que su mujer se acuesta con todo el mundo. (FILMAFFINITY)
25 de septiembre de 2010
25 de septiembre de 2010
19 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son las tres preguntas que delatan a un enfermo de celos patológicos. Cuando la pareja regresa a casa y es sometida a un interrogatorio desconfiado, significa que se ha instalado el mal corrosivo de la psicosis que distorsiona el sentido de la realidad de quien padece el tormento.
La paranoia se va construyendo por su cuenta en la mente del afectado. La tortura da su pistoletazo de salida con un flash que en un milisegundo resquebraja el orden cotidiano. Antes del fogonazo, Paul era un marido feliz y un eficiente director de su hotel. Pero un día la sospecha, la duda, se le planta dentro. Está casado con Nelly, una mujer tan guapa que corta el aliento, que detiene el tráfico, que roba las miradas de todo el que la ve. Es coqueta, activa, alegre, entra y sale despreocupadamente, cuida del hijo y realiza sus tareas en el hotel con un buen humor y simpatía que cautivan a los clientes. Y donde antes Paul estaba tranquilo, atareado y con los engranajes bien engrasados, ahora sufre un atasco, una avería. Las imágenes le dan vueltas en la cabeza, cada vez más atrevidas. Nelly reuniéndose por ahí con un amante. Paul tiene que averiguarlo. Los gestos, el seductor contoneo de sus caderas al andar, su gloriosa cabellera centelleando al sol, los carnosos labios pintados de rojo furioso. Todo la delata. Eso piensa Paul. Todo lo que ella hace subraya los indicios de su doble vida, signos de la infidelidad. La morbosa obsesión avanza metros y metros en el delirio del marido. La furia, el despecho rebosan en sus entrañas y finalmente brotan, culpables y vacilantes, delante de Nelly. Ella se lo toma como un halago a su vanidad. ¡Él está celoso! A ella le divierte. Él se autocastiga, riñéndose por ser tan mezquino, por haber pensado mal de ella, y sonríe y bromea para disipar la nube. Pero la nube no se disipa.
Cuando él insiste poco después, sometiéndola al mismo interrogatorio, pero más concienzudamente, con menos titubeo que la primera vez, ella se asusta, le dice lo que ya es inútil decirle porque él no la creerá, por más que quiera creerla, por más que se lo repita a sí mismo hasta la náusea. Ya algo se ha roto; la confianza. Nelly ya puede decirle la verdad mil veces, de mil maneras, que de nada servirá.
El problema se agrava. Se va perdiendo el control del asunto. Irá afectando al matrimonio con un puño de acero cada vez más apretado, la locura se va adueñando de Paul hasta que ya sólo esté metido en su agonía, en su distorsionada percepción del mundo, en la que arrastrará a su desgraciada esposa y que trascenderá al personal y a la clientela del hotel, quienes serán testigos del alcoholismo y de los actos incontrolados del que antes era un hombre afable y eficiente.
La paranoia se va construyendo por su cuenta en la mente del afectado. La tortura da su pistoletazo de salida con un flash que en un milisegundo resquebraja el orden cotidiano. Antes del fogonazo, Paul era un marido feliz y un eficiente director de su hotel. Pero un día la sospecha, la duda, se le planta dentro. Está casado con Nelly, una mujer tan guapa que corta el aliento, que detiene el tráfico, que roba las miradas de todo el que la ve. Es coqueta, activa, alegre, entra y sale despreocupadamente, cuida del hijo y realiza sus tareas en el hotel con un buen humor y simpatía que cautivan a los clientes. Y donde antes Paul estaba tranquilo, atareado y con los engranajes bien engrasados, ahora sufre un atasco, una avería. Las imágenes le dan vueltas en la cabeza, cada vez más atrevidas. Nelly reuniéndose por ahí con un amante. Paul tiene que averiguarlo. Los gestos, el seductor contoneo de sus caderas al andar, su gloriosa cabellera centelleando al sol, los carnosos labios pintados de rojo furioso. Todo la delata. Eso piensa Paul. Todo lo que ella hace subraya los indicios de su doble vida, signos de la infidelidad. La morbosa obsesión avanza metros y metros en el delirio del marido. La furia, el despecho rebosan en sus entrañas y finalmente brotan, culpables y vacilantes, delante de Nelly. Ella se lo toma como un halago a su vanidad. ¡Él está celoso! A ella le divierte. Él se autocastiga, riñéndose por ser tan mezquino, por haber pensado mal de ella, y sonríe y bromea para disipar la nube. Pero la nube no se disipa.
Cuando él insiste poco después, sometiéndola al mismo interrogatorio, pero más concienzudamente, con menos titubeo que la primera vez, ella se asusta, le dice lo que ya es inútil decirle porque él no la creerá, por más que quiera creerla, por más que se lo repita a sí mismo hasta la náusea. Ya algo se ha roto; la confianza. Nelly ya puede decirle la verdad mil veces, de mil maneras, que de nada servirá.
El problema se agrava. Se va perdiendo el control del asunto. Irá afectando al matrimonio con un puño de acero cada vez más apretado, la locura se va adueñando de Paul hasta que ya sólo esté metido en su agonía, en su distorsionada percepción del mundo, en la que arrastrará a su desgraciada esposa y que trascenderá al personal y a la clientela del hotel, quienes serán testigos del alcoholismo y de los actos incontrolados del que antes era un hombre afable y eficiente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Qué absurda tendencia a echarlo todo a rodar cuando se posee buena fortuna y una venturosa vida. Uno se casa con la chica más bonita de la comarca, que además es cariñosa, trabajadora, amable y que para cualquiera sería una bendición del cielo, y… ¿Qué hace? Destrozar la felicidad con sus propias manos. El peor enemigo es la mente. Cuando ésta se estropea, cuando una idea machacona se le mete dentro… Se convierte en la más destructiva de las armas.
Una mente enferma es lo más peligroso del planeta. Es capaz de marchitar un vergel entero, si se convence a sí misma de que ve monstruos y un pantano infecto donde hay verdes praderas y frondosa vegetación.
El recientemente fallecido Chabrol resucitó, en los noventa, el guión que Henri-Georges Clouzot quiso pero no pudo filmar tres décadas antes. Un guión que resalta algunos de los demonios humanos, entre los cuales los celos son de los más letales.
El relato de la inmersión más y más honda de un hombre en una psicosis alienante y dañina que le conduce a un infierno imaginario es ni más ni menos un retrato de unas estadísticas estremecedoras, las de los perturbados que hacen polvo cuanto tocan, sumergidos en su martirio particular en el que hasta el aire tiene pena de muerte por rozar la piel de esa persona que ha pasado a ser una posesión.
Una mente enferma es lo más peligroso del planeta. Es capaz de marchitar un vergel entero, si se convence a sí misma de que ve monstruos y un pantano infecto donde hay verdes praderas y frondosa vegetación.
El recientemente fallecido Chabrol resucitó, en los noventa, el guión que Henri-Georges Clouzot quiso pero no pudo filmar tres décadas antes. Un guión que resalta algunos de los demonios humanos, entre los cuales los celos son de los más letales.
El relato de la inmersión más y más honda de un hombre en una psicosis alienante y dañina que le conduce a un infierno imaginario es ni más ni menos un retrato de unas estadísticas estremecedoras, las de los perturbados que hacen polvo cuanto tocan, sumergidos en su martirio particular en el que hasta el aire tiene pena de muerte por rozar la piel de esa persona que ha pasado a ser una posesión.