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Voto de Vivoleyendo:
7
Sol ardiente
Voto de Vivoleyendo:
7
Drama Un condecorado y reverenciado héroe de guerra disfruta de la compañía de su familia en un tranquilo día estival, cuando de pronto recibe la visita inesperada de un hombre al que no veía desde hacía años. Conforme transcurre el día y se acerca la noche, el coronel descubrirá el verdadero motivo de la visita. Lúcida denuncia de las purgas stalinistas. (FILMAFFINITY)
17 de agosto de 2010
16 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos hemos oído hablar del legendario invierno ruso-siberiano, de cómo diezmó los ejércitos de Napoleón y también de cómo lo temían los alemanes gracias al precedente francés, hasta el punto de que tuvieron buen cuidado de declarar la guerra a la Unión Soviética el domingo 22 de junio de 1941, justo a comienzos del verano. Como Napoleón, confiando en derrotar a la nación más grande del mundo antes del azote del frío polar.
Y sí, existe período estival en esas tierras castigadas por el gélido aliento cortante que las azota buena parte del año, aunque dicho período es breve. Una concesión de tregua en el extremo clima.
El esplendor veraniego se asocia en esta película de Mikhalkov a la plenitud plácida de corta duración en la que la naturaleza eclosiona y restalla de fertilidad y hormigueo, coloreando las retinas con verdes de hojas rozagantes y amarillentos de la hierba reseca por el sol. La calidez de la temperatura se adueña de la gama cromática y se contagia al espectador transportado a una dacha en el campo. Una casita lejos del mundanal ruido de las urbes. En el bucólico aislamiento, las costumbres se relajan y se tornan “aburguesadas”, a despecho de los ideales leninistas-stalinistas que vituperan los estilos burgueses. El mismo coronel Kotov, marido y padre de una niña encantadora, que pasa el verano en la dacha de la familia de su mujer, repite como un papagayo las máximas de la sencillez espartana mientras se solaza tomando té en tazas de antigua porcelana prerrevolucionaria, o vagueando de lo lindo rodeado por sus excéntricos y divertidos parientes, la mayoría gente mayor chapada a la antigua.
El coronel Kotov se encuentra pasando su día semanal de permiso y hasta impide que unos advenedizos tanques del Ejército Rojo devasten las cosechas de trigo de sus buenos vecinos. Hasta ahí, todo ideal y armonioso.
Pero llega Mitia, un viejo amigo de la familia al que no se le veía el pelo desde hacía diez años. Y con él, vienen agazapados el pasado y el presente sangrientos de revoluciones y purgas. Su visita no es inocua. Mitia es simpático, galante, imaginativo, divertido y tierno. Pero la guerra le robó demasiado. Le robó todo lo que tenía.
El breve verano en la dacha es una ilusión de bienestar muy perecedero…
Mikhalkov, director y protagonista, dirigió un cuadro de costumbrismo con reminiscencias chejovianas. Las particularidades y extravagancias de cada personaje se retratan con precisas pinceladas. Aparentemente hay paz y sosiego. El coronel y su inteligente hijita (muy bien representados por los Mikhalkov) roban el corazón con su enternecedora relación.
La guerra siempre arrebata y destruye. Hombres que se derriten por sus adoradas niñitas fueron monstruos alguna vez, cuando la revolución pasó por encima de ellos, y probablemente lo siguen siendo en su máscara de autómatas del ejército. Y convierten en monstruos a jóvenes cargados de ilusiones…
Un hermoso día de verano envenenado.
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